domingo, 18 de marzo de 2012

015 - EN QUÉ PUEDE TRABAJAR UNA PERSONA CIEGA

REFLEXIONES SOBRE UNA PREGUNTA RECURRENTE:
¿EN QUÉ PUEDE TRABAJAR UNA PERSONA CIEGA?


Por Fabiana Mon (*)
fabianamon@telpin.com.ar




¿En qué puede trabajar una persona ciega?. Interrogante siempre presente, formulado y reformulado incansablemente por los diversos sujetos sociales involucrados en la ubicación laboral: la persona con discapacidad, su familia, los distintos profesionales dedicados al área laboral, los empresarios, la sociedad en general. Ahora bien, ¿qué quieren saber cuando formulan esta pregunta?, ¿a quién se la hacen, más allá de su interlocutor?, ¿qué esperan encontrar en la respuesta que se les brinda?

¿En qué puede trabajar una persona ciega? Intentaré acercarme al mundo del significado que cobran este conjunto de significantes, para los diversos sujetos sociales que mencioné anteriormente, a modo de hipótesis y con la finalidad de aproximarnos al problema que busco plantear en este escrito.

Cuando la sociedad se plantea en qué puede trabajar una persona con discapacidad, se interroga acerca de su capacidad de integrar a grupos con desventajas (en el caso que nos ocupa, físicas) pero también ubica al problema en el otro, este “otro” “desigual” que rompe las estructuras hechas para una masa homologable, homogeneizada. La pregunta en cuestión tiene dos facetas: por un lado implica una apertura, en el sentido de que al menos intenta una aproximación al tema; pero también deja vislumbrar un matiz de fuerte duda acerca de si realmente una persona ciega puede trabajar.

Cuando la familia de un bebé ciego se interroga acerca del futuro de su hijo no deja de plantearse el tema del trabajo. ¿Podrá ganarse la vida? ¿Podrá ser el profesional exitoso que soñamos? ¿Será una carga económica para sus hermanos? La angustia por el nacimiento de este hijo “diferente” incluye también el ámbito que nos ocupa, el trabajo, en forma ineludible.

Cuando la persona ciega se plantea en qué puede o podrá trabajar se interroga acerca de su propio ser, de su condición humana, de su vocación, de sus posibilidades de alcanzar lo que la sociedad denomina “éxito”. Es muchas veces la propia persona con discapacidad la que más duda de sus posibilidades. Sucede también frecuentemente que el individuo que consigue un empleo que no lo satisface totalmente, sobre todo desde el punto de vista vocacional, se siente frustrado. Estos sentimientos son reforzados por una sociedad que tilda ciertos trabajos como “plafonantes”, presuponiendo que la realización personal sólo puede obtenerse en el ámbito laboral.

Cuando un empleador pregunta ¿en qué puede trabajar una persona ciega? en realidad está diciendo ¿puede realmente trabajar? Difícilmente esté convencido de las capacidades de la persona ciega de desempeñarse en forma eficaz, y esto último desde su propia incapacidad, desde su propio terror de imaginarse él mismo trabajando privado de un sentido tan preponderante en la sociedad actual como el visual. Suele repetirse también en este caso el modelo “sobre o subestimación”. Hay quienes esperan del trabajador ciego un ser todopoderoso, sin defectos, que resuelva todos sus problemas y hay quienes dudan de que una persona ciega sea capaz de la tarea más sencilla.

Cuando el docente o el profesional a cargo de la capacitación o colocación laboral se pregunta en qué puede trabajar una persona ciega, bucea en sus conocimientos sobre el tema, en sus propias posibilidades. La mirada de todos los actores sociales anteriormente mencionados se dirige a él con toda la carga de duda, de angustia, de curiosidad y él se ve como el “experto”, como el depositario de todas las respuestas y conocimientos sobre el tema; con toda la carga emocional de sentirse obligado a dar respuestas que no siempre conoce, a implementar acciones con condiciones materiales que en nuestro medio son casi siempre desfavorables, a esgrimir una causa que no siempre la sociedad está dispuesta a abordar.

Es así como este interrogante cobra diversas facetas según quién sea el que lo enuncia y quién el interlocutor. Dejaré a la semiología un estudio exhaustivo sobre este tema. Mi única intención es la de problematizar el tema de la integración laboral de las personas ciegas no cayendo en respuestas simplistas. Ahora sí, retomo la pregunta inicial “¿en qué puede trabajar una persona ciega?” colocándome momentáneamente, y sólo a manera de ejercicio, en interlocutora de una sociedad que lo pregunta. Para intentar dar una respuesta (o tal vez muchas más preguntas) abordaré el tema básicamente desde dos ángulos: Desde un punto de vista operativo y desde un punto de vista social.






1. El aspecto operativo

A lo largo de la historia las personas ciegas fueron demostrando qué eran capaces de hacer. Primero la preocupación fue la educación. No es este el momento de hablar de Haüy, de Luis Braille, de las primeras escuelas para ciegos. Sí diremos que a partir de la obra de estos pioneros, las personas con déficit en su visión comenzaron a tenerse en cuenta en el ámbito de la educación. Y es a fines del siglo pasado donde se instala la cuestión del trabajo. Lev Vygotskij (célebre teórico ruso) lo resume claramente en su artículo “Il Bambino cieco”, donde sugiere: “La época de Haüy dio a los ciegos la instrucción, a nuestra época corresponde darles el trabajo”. Lo que Vygotskij se planteaba (y tomamos a este pensador en Rusia, a fines del siglo pasado, sólo como un ejemplo de lo que sucedió en otros lugares con poca variación en el tiempo) era la necesidad de integrar laboralmente a los ciegos no limitándolos a ocupaciones que le fueran otorgadas desde la caridad. Lo que él mencionaba era el derecho al trabajo. Aceptada esta afirmación, aparece claramente una primera resolución de la problemática: cuando un educador o un trabajador social se enfrenta a la pregunta “¿en qué puede trabajar esta persona ciega?”, podría limitarse a hacer un correcto análisis sobre las capacidades y gustos de esa persona ciega; analizar el problema desde el aspecto operativo: lograr una oferta de trabajo, realizar el análisis del puesto, buscar a la persona con el perfil adecuado y hacer coincidir puesto de trabajo-trabajador con las adaptaciones que fuesen necesarias.

Sin embargo, este es sólo un nivel de la problemática. La cuestión se vuelve más compleja cuando se sitúan estas afirmaciones abstractas en el plano concreto de la realidad social. Aquí aparecen barreras que son, quizá, las más complejas de superar.


2.- El aspecto social

La persona ciega puede desempeñarse eficazmente en variadas tareas. Sólo a modo de ejemplo baste mencionar que puede ser visitador médico, masajista, agente de seguros, periodista, músico, encuadernador, afinador de pianos, abogado, locutor, operario de diversas industrias, trabajador social, telemarketer, comerciante, gerente, etc. Entre otras, puede ser un excelente docente. Puede desde un punto de vista de la tarea, desde los requisitos que necesita cubrir un buen docente. Pero sin embargo en nuestro país no puede por trabas legales que se lo impiden (en el ingreso a algunos profesorados, en el otorgamiento de aptos psico-físicos). Sin embargo, aquellos docentes ciegos que pese a ello se desempeñan son alabados y ensalzados por la sociedad. Una sociedad que les impone barreras para su ejercicio profesional y que felicita a aquella minoría “privilegiada” (sea por su capacidad, por su tenacidad o por su cuna) que logra derribarlas.

Otro ejemplo: una persona ciega puede desempeñarse como fisioterapeuta (basta con pensar en la escuela de fisioterapeutas ciegos de la O.N.C.E.), pero en la Argentina y en otros países tiene vedado el ejercicio de esta profesión. Sin embargo es bien conocida la cantidad de personas con discapacidad visual que se desempeñan como masajistas, digitopunturistas, pese a no estar habilitados para hacerlo.

Una persona con disminución visual puede trabajar en una oficina, puede desempeñarse como operador de una computadora con un simple programa de magnificación de caracteres o con una ayuda óptica adecuada, pero no puede porque no tiene acceso económico a dicho programa, a dicha ayuda óptica, a realizar un curso de capacitación.

Entonces, ¿en qué puede trabajar una persona ciega?. La respuesta es tan amplia desde un punto de vista como estrecha desde otro. Puede realizar un sinnúmero de tareas (todas las que no impliquen el uso ineludible de la vista) siempre y cuando tenga acceso a la educación básica, a la formación profesional, a los elementos tecnológicos que lo ayuden; puede siempre y cuando la legislación, que no lo protege, por lo menos no le agregue trabas. Puede siempre y cuando tenga la ayuda necesaria para obtener un puesto de trabajo, ya que es falso que todos tengamos las mismas oportunidades, que todos seamos iguales. La persona ciega necesita que se respete su diferencia, que se la tenga en cuenta.

Ahora bien, cuando se comienza a enumerar las trabas, las dificultades, a la hora de la integración laboral de las personas ciegas corremos el riesgo de paralizar nuestro accionar, de detenernos ante una serie de barreras que aparentemente no podríamos derribar. Pero para evitar esto es necesario suspender la acción por un momento y detenernos a conceptualizar el problema, a reflexionar acerca de estos obstáculos, estas barreras que se nos imponen: ¿son todas iguales?, ¿son todas tan difïciles de derribar?, ¿de qué tipo son?, ¿quién o qué delimita estas barreras en una sociedad?

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A los efectos de comenzar a encontrar alguna respuesta a los interrogantes que acabo de enunciar realizaré una clasificación de los diversos tipos de barreras que se presentan en relación a la temática de este artículo: la integración laboral de las personas ciegas. Para ello tomo el significado que del vocablo barrera da el diccionario en dos de sus acepciones: “Valla, compuerta, madero, cadena u obstáculo semejante con que se cierra un paso o se cerca un lugar./ obstáculo, embarazo, impedimento entre una cosa y otra.”


Barreras de capacitación, técnicas: las personas con discapacidad necesitan, en la mayoría de los casos, ayuda profesional especializada a la hora de encontrar un puesto de trabajo. Por mejor que sea su capacitación, por completa que sea su formación profesional, necesitan de un servicio que a modo de consultora, de agencia de colocación,lo ayude a conectarse con el mercado laboral. La O.I.T. en las Recomendaciones 99 (del año 1955) y 168 (del año 1983) aconseja acerca de cómo deben funcionar estos servicios, que de ningún modo pueden ser improvisados. En nuestro medio estos servicios casi no existen . La integración laboral se realiza en forma aislada, asistemática, casi por “ensayo y error”, por instituciones y personas que a pesar de tener conocimientos generales sobre el tema de la discapacidad no tienen en la gran mayoría de las ocasiones formación específica en lo laboral. Esto no quiere decir que no haya experiencias exitosas y dignas de elogio, pero no dejan de ser intentos aislados. Las personas ciegas reciben educación primaria, secundaria y hasta terciaria pero no tienen asistencia a la hora de su inserción laboral. Una asistencia que les corresponde por derecho y que la sociedad les niega con su falso discurso de la igualdad. Es muy común el caso de pesonas ciegas con título universitario, a veces recibidas con altos promedios, que son ensalzados, “felicitados” por una sociedad que luego traba su ejercicio profesional. La sociedad les permite, sí, ser “alumnos” (del latín “sin luz”), hasta alumnos privilegiados, pero una vez abandonada esta condición los deja inermes para enfrentar un mundo laboral cada vez más competitivo.

Y esto, tomando los casos de privilegio, ya que la mayoría de las veces, la persona no accede ni siquiera a la educación básica. Y esto nos lleva a hablar de otros obstáculos.

Barreras socio-económicas: No es necesario, creo, ahondar demasiado en este punto. Hay situaciones donde resulta casi absurdo hablar de inserción laboral cuando no están garantizadas las condiciones mínimas de subsistencia, donde llegar a la educación básica ya resulta un privilegio. Pero aún en las poblaciones con más “ventajas” en este sentido, estas barreras traban la inserción laboral. Ciertas ayudas técnicas (proporcionadas por los avances de la informática, de la electrónica) facilitan en gran medida el desempeño laboral de las personas con discapacidad, pero muchas veces no se pueden indicar por falta de recursos económicos (para la compra de material, para la implementación de cursos de capacitación, etc.).

Barreras legales: quisiera hacer hincapié en la existencia de obstáculos legales que hacen que la persona ciega que desea trabajar no pueda estar en las mismas condiciones que los demás. Me estoy refiriendo, por ejemplo, al caso de las trabas para ejercer la docencia, la fisioterapia, etc. Me estoy refiriendo al tema de las jubilaciones por invalidez. En estos casos no sólo no se protege a la persona sino que se le imponen trabas adicionales. Se crean leyes (como la famosa 22431) que dicen fomentar el empleo de personas con discapacidad y no se revisan normas que son verdaderamente discriminatorias. Es también en este ámbito (el administrativo-legal) donde se evidencia el falso discurso de la igualdad.

Barreras psicológicas, del prejuicio: Ya mencioné al inicio del trabajo que existen obstáculos que anidan muy profundo en las personas y que hacen que se considere la ceguera como invalidez absoluta, como imposibilidad total de ejercer una profesión u oficio en forma eficaz. La ceguera se impone, como marca, como sello, anteponiéndose, yuxtaponiéndose, ocultando las otras carac-terísticas personales. Los sentimientos que provoca la ceguera con respecto a las capacidades de las personas (sobre los cuales el psicoanálisis ha estudiado bastante) están también presentes, por supuesto, en los empleadores, y hacen que se nieguen o sobredimensionen las capacidades de la persona ciega perjudicando su inserción laboral.



A modo de reflexión final

La existencia de barreras, de obstáculos, a la hora de la integración laboral de la persona ciega no significa que ésta no sea posible. La persona ciega puede trabajar, tiene el derecho de hacerlo. Pero quienes se interesen en este tema deben tener claros cuáles son los obstáculos para poder distinguir cuál es el accionar más oportuno y para evitar que el acceso al trabajo sea el privilegio de unos pocos.

Las barreras que hemos llamado técnicas, de capacitación, requieren de simples soluciones técnicas. El estudio de la teoría, el conocimiento de experiencias propias y de otros países, la investigación, ofrecen soluciones, vías de acceso posibles, puntos de partida y de referencia.

En cuanto a las barreras de tipo psicológico, del prejuicio, me atrevo a afirmar (un poco apriorísticamente) están siendo derribadas a medida que aumentan las actividades de promoción social que muchas instituciones y personas han encarado en mayor o menor medida en los últimos años. Y mucho se ha avanzado al respecto.

Ahora bien, en cuanto a las otras barreras, las legales y en especial las socioeconómicas requieren de prácticas políticas para su resolución. Y no se solucionan para un solo grupo sino para la sociedad en general.

Comprender desde que ángulo enfocamos un problema nos facilitará el punto de partida a tomar. Los técnicos que nos dedicamos a la integración laboral de las personas ciegas no podemos dejar de implementar todas aquellas acciones que desde el punto de vista operativo podemos realizar y ya hemos mencionado. Las miembros de esta sociedad que nos interesamos por la temática debemos, si no queremos resignarnos a una realidad supuestamente inmodificable, reflexionar acerca de cuál debe ser nuestro accionar, para lograr un cambio y tener en claro que este cambio no se realiza para un grupo sino para una toda una sociedad.

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