miércoles, 21 de marzo de 2012

019 - AMBIENTE Y PERSONALIDAD - INFLUENCIA EN LA EDUCACIÓN DE CIEGOS

(Por Antonio Pegoraro)
Buenos Aires, 1962

Lo que sigue, es el texto transcripto por el Señor Carlos García de la publicación que llevara adelante la Editora Nacional Braille en 1982, del trabajo presentado por Antonio Pegoraro, en oportunidad de llevarse a cabo el concurso literario internacional "Julián Baquero", organizado por la Asociación Cooperadora de la Editora Nacional Braille en 1962.
Agradecemos al Señor Carlos García que ponga al alcance de nuestros lectores, el contenido de este trabajo.

Editora Nacional Braille - Talleres Gráficos - Buenos Aires, 1982

Con motivo de cumplirse dos años del fallecimiento de Antonio Pegoraro, previa autorización de su esposa, la Editora Nacional Braille se complace en publicar su trabajo "Ambiente y personalidad", presentado en oportunidad de llevarse a cabo el concurso literario internacional "Julián Baquero", organizado por la Asociación Cooperadora de la Editora Nacional Braille en 1962.
Al dar a conocer el presente trabajo que supone el *pensamiento vivo tiflológico* de Pegoraro, y cuyo contenido aún hoy tiene vigencia, la Editora Nacional Braille entiende rendir justiciero homenaje a quien fuera notable tiflólogo de nuestro medio.


AMBIENTE y personalidad
(por Antonio Pegoraro)


I.

No transcurrió mucho tiempo desde la difusión de las modernas teorías y experiencias psicológicas de Freud, los behavioristas y la escuela Gedstaldt sobre la trascendental importancia de los efectos ambientales en la formación del individuo, sin que algunos pensadores a quienes preocupaba el porvenir y las posibilidades de los ciegos, atraídos por estos postulados, comenzaran a estudiar y clasificar esas manifestaciones en el proceso de desarrollo físico, mental y moral de los privados de vista, según situación doméstica y económica, sistema de crianza, grado de ceguera, edad de ocurrencia y demás aspectos tocantes a aquella.
Entre los primeros y que más contribuyeron a su divulgación y esclarecimiento y cuyas obras todo educador de no videntes debe imprescindiblemente conocer, pueden contarse a Mauricio de la Sizeranne y Pierre Villey, en Francia, a Augusto Romagnoli en Italia, F. Hayes, E. Alen y últimamente y sobre todo T. Cutsforth, en los EE. UU., a Heller en Alemania, a Arthur Pearson en Inglaterra, etc. Y si bien después de más de sesenta años de constante labor en tal sentido estas repercusiones del medio están, cuantitativa y cualitativamente muy lejos de agotarse, en las escuelas especiales que marchan a la vanguardia de la tiflología mundial (EE. UU., Inglaterra, Alemania, Rusia), constituyen los elementos básicos indicadores de la orientación y carácter que ha de darse a la educación de todo ciego, niño o adulto, en todas sus fases y evolución. Ya no se toma a un individuo como un ente sui géneris cuyos defectos, inclinaciones y manías son solamente el producto de su propia y única idiosincrasia, por cuya razón la facultad de enmienda está asimismo tan sólo en él, sino como una resultante, no ya únicamente de su progenie, sino, y acaso en mayor proporción, del medio en que le ha cabido la suerte de formarse. En tal concepto, esos establecimientos, dentro de lo que permiten las condiciones del internado y de acuerdo con la edad y necesidades de los educandos, procuran crear una atmósfera institucional cuyo influjo permanente, en apariencia insensible, va corrigiendo sus anomalías y encauzando poco a poco sus deficiencias sensoriales y sus pensamientos y caracteres hacia la normalidad.
Todos los rigores y disciplinas, físicos o mentales, serán, cuando no contraproducentes, inútiles para formar a un individuo, cuando el ambiente en que le toca vivir está en contradicción con lo que se aspira hacer de él.
AL nacer un niño ciego sus padres adoptan cualquiera de estos tres métodos de formación: el mimo incesante y el aislamiento de cuanto le rodea, el abandono a su suerte de ese pobre desventurado cuya venida al mundo se acepta a menudo como una "cruz" o una carga económica, o, finalmente y por excepción, se trata de que se críe y desarrolle en lo posible como sus hermanos y los demás niños. Vale decir, que este último temperamento no se sigue con un criterio educacional preestablecido sino por simple indiferencia o, lo que es más común, como el resultado de una reacción lógica e instintiva ante la fuerza de las circunstancias, ya que la situación financiera familiar impide las más de las veces a los padres dedicar con exclusividad su tiempo y atención alhijo defectuoso.
En el primer caso, el niño vive como en una campana de cristal; sin contacto alguno con las cosas, con la realidad ambiente, el mundo circundante y ni aún con las alternativas de la vida hogareña. Desde el principio todas las prerrogativas y todo lo mejor en ropas, manjares y juguetes, serán para él. Será el centro de atención y conversaciones de padres, parientes y amigos. Sus hermanos habrán de supeditarse en todo momento a su voluntad y deseos y estar siempre dispuestos a satisfacerlos.
Habituado a pasarse siempre en brazos de algún pariente, sentado o acostado, aprenderá a caminar tardíamente, cuando la parte superior de su cuerpo, que ha desarrollado de manera más o menos natural, sea ya pesada para sus piernas, débiles por la inercia, lo que crea la mayoría de los defectos de locomoción y posición: pies planos, patizambos, piernas abiertas, tronco inclinado hacia adelante, a un costado, balanceo, etc. Este aprendizaje se retrasa más aún por la conducta y por las impedimentas de los suyos para que lo realice, pues temen que caiga o lastime tropezándose con los muebles; de todos modos -piensan o se lo expresan-, nunca ha de faltarle alguien que lo conduzca a donde quiera ir. En tal concepto, y aunque haya rebasado la edad requerida, se le dará siempre de comer, puesto que el manejo del cuchillo y el tenedor, amén de considerarse imposible para él, es sumamente peligroso. No se lo ejercita tampoco en vestirse, dado que, así pudiera lograrlo, es muy penoso ponerlo en tales trabajos.
No le está permitido palpar nada, por temor a que le desarregle, le rompa o se haga daño él mismo.
Mientras sus hermanos y los niños de la vecindad corren, saltan, gritan, ríen o lloran (el llanto es muchas veces tan saludable en la primera infancia como en la madurez de la vida), él está quieto, inerme, solo; y aunque rodeado de cariños y halagos constantes, se rebela siempre antojadizo, irascible, hastiado y malevolente. La existencia de los otros niños está colmada de atractivos, descubrimientos y aventuras.
Cada día, la propia experiencia, a veces dolorosa, y por eso mismo más segura y mejor apreciada, trae un progreso en el conocimiento del mundo que lo circunda y en el que ha de desenvolverse y en sus facultades para ello. La suya, en cambio, es desolada, carente de todo estímulo, aliciente o variedad; para no extinguirse por inercia, se concentra por lo tanto en sí mismo: sus pensamientos y su cuerpo constituirán sus distracciones, su experiencia y su única realidad. Estos sentimientos e inclinaciones, en los comienzos reacciones instintivas de la naturaleza humana que clama por expandirse y conocer, van trocándose poco a poco, y a medida que adquiere conciencia de su situación y de las ventajas que de ella puede derivar, en definitivos y permanentes rasgos de carácter.
Compensará la certeza de su impotencia inspirada por los suyos, reclamando imperiosa e incsesantemente sus atenciones y molestándoles en todo momento en sus trabajos, sus conversaciones, y, sobre todo, en sus tertulias diciendo y haciendo, ante los extraños, todo lo que sabe se considera peor y más vergonzoso. Seguro de su impunidad, abusará sin zozobra de sus privilegios, en detrimento y humillación de sus hermanos, si los tiene, a los cuales, de verse alguna vez en el trance de ser amonestado, achacará siempre sus faltas, voluntarias o no. De no mediar correctivos oportunos ambientales y de comportamiento, se tornará díscolo, irrespetuoso, grosero, solapado, egoísta y antisocial. Y cuanto mayores sean la condescendencia y tolerancia de los suyos para sus ocurrencias, con tanta mayor fuerza hará pesar sobre ellos su poder. Su misma incapacidad física, resultante de la inmovilidad casi continua y de la imposibilidad de adiestrar debidamente a su hora su sistema muscular, contribuyen también en alto grado a agudizar estas y otras modalidades afines. El semiembotamiento de sus pies y manos, un más que precario sentido de orientación, movimientos bruscos y sin contralor, un tacto incipiente, le impiden andar, trasladarse de un lado a otro y proceder y actuar con la seguridad, desenvoltura y acierto con que advierte lo hacen los demás. La comprobación de tal estado influye siempre en su ánimo de manera perniciosa: o lo irrita y subleva contra todo, o lo amilana hasta tal punto que desiste paulatinamente de valerse por sí mismo, habituándose a pensar que, dado que esas son sus condiciones y que no será posible remediarlas, los demás tienen la obligación de proporcionarle cuanto apetece o le es necesario para vivir. El sujeto en que esta idea, nacida del desaliento, se convierta en firme convicción, llegará a ser amo y señor en su hogar.
Son numerosos los ejemplos de esta índole estudiados que podrían presentarse. Su inteligencia, lenguaje, oído, olfato, habrían sufrido también, como es lógico, los mismos retrasos y malformaciones en su desarrollo que el resto de su organismo. Carente de impulsos, necesidades y responsabilidad, exento de toda participación en el juego de las relaciones humanas, privado de explorar y reconocer cuanto le rodea, su pensamiento se circunscribirá solamente a lo que pueda dimanar de sí mismo y sus facultades de discernir, comprender, comparar, diferenciar y juzgar, no han podido cultivarse en tan mezquino medio mental. Inútiles y lamentables en verdad su vida y su destino; y no obstante, mientras permanezca en su hogar y una vez completamente moldeado a las circunstancias que se le impusieren, esto no le causará grandes inquietudes. Con el tiempo aprendió a conocer bien su casa, sus cosas, sus familiares, con sus debilidades, costumbres, características, y la conducta mejor a adoptar con cada uno según lo que se desee, constituyen ellos su mundo; "el mundo" del que no tiene por qué ni piensa apartarse jamás; lo que se encuentra más allá de ese círculo no le preocupa puesto que no lo conoce ni lo necesita. Ahí se sabe protegido de toda crítica y a cubierto de cualquier contingencia; si por acaso algo viniera alguna vez a oponerse a su voluntad, sabe que no tiene sino que apelar a la fuerza que le da su deficiencia para vencer. Si los suyos no lo entretienen, su imaginación, siempre activa en ensueños y fantasías y la exploración de alguna parte de su cuerpo, le procurarán abundante distracción. (El balanceo del tronco, los voltigeos de cabeza, el hurgamiento de nariz y oídos, el golpeteo rítmico de dos objetos sonoros y tantas otras anomalías de esta clase que se dan en los ciegos, son, en su mayoría, consecuencias de la necesidad ineludible e insatisfecha de ocupar o entretener de alguna manera las interminables horas de soledad). Así transcurrirán sus años, vacíos, pero, al menos, tranquilos. Mas, si se suscitan acontecimientos desfavorables (reveses económicos, muerte de los padres, ingreso en una escuela), que le obliguen a alejarse de su medio, es cuando los desastrosos efectos de una crianza como la descripta, se hacen sentir en todo su rigor.
El individuo, niño o adulto, producto de ella, se encuentra de pronto transportado a un mundo cuya existencia no había imaginado siquiera, habitado por entes cuyos usos y conductas no sólo no son semejantes, sino, precisamente antagónicos a los para él normales. Advierte en seguida que no se le distingue ni atiende con marcadas preferencias y que nadie se pone incondicionalmente a su merced. Se ve forzado a solicitar cosas cuya satisfacción, por parte de los suyos conceptuaba sencillamente natural y su olvido, grave falta. Inhábil o por completo incapaz de comer por sí solo o de realizar todo lo concerniente a su arreglo personal; ignorante de cuanto ocupa e interesa a la comunidad; pobre en ideas y vocabulario; falto de iniciativa, carácter y de toda preparación y energía para afrontar la vida y sus responsabilidades; perdido su antiguo predominio, experimenta en toda su fuerza la noción de su inferioridad, y, objeto de la conmiseración y las molestias de los que le rodean, vivirá en la amargura, la hostilidad y la desesperación. En los institutos especiales (salvo algunos muy avanzados), en que por lo común se atiende poco o nada los elementos que intervinieron en la formación de la personalidad, se clasifica casi inmediatamente a estos niños como mal dotados o simplemente como retardados. Son los que en las clases dan siempre la sensación de estar como adormilados o ausentes. Su comportamiento es contradictorio y casi siempre anormal. Un día se muestran violentos, desordenados o tercos; al otro, dóciles, resignados, abúlicos. Su atención se mantiene sólo por instantes sobre un asunto. Su receptividad y comprensión son lentas y sin cohesión. No hay discernimiento intelectual, auditivo o táctil. Aprenden con dificultad y mucho tiempo a conocer y andar por el edificio de la escuela. En los juegos, deportivos o mentales, son tardos e inhábiles, y si bien llegan a participar en ellos con discreción,nunca logran alcanzar la pericia de sus compañeros mejor dotados. En lo moral, muestran una señalada tendencia al aislamiento y la reserva. Son pretenciosos, altaneros, indiferentes y desconfiados; y aunque estas características puedan atenuarse mediante el tiempo y el ejemplo, no llegarán a establecer nunca muchas ni acendradas amistades entre sus condiscípulos. Finalmente, y como contraposición lizonjera a tantas cualidades peyorativas, puede observarse en muchos de ellos firme voluntad y contracción al aprendizaje, lo que de seguro se deriva del afán, bien humano, de compensar y superar su condición de menorvalía ante sí mismos, y, sobre todo, ante los demás, que, precisamente, son los que se la han dado a conocer. Llegan a veces a distinguirse en tal o cual asignatura escolar, o, más raro, oficio; pero, de no ser cuidadosa y debidamente tratada, las secuelas de su deformación defectuosa han de manifestarse siempre, con más o menos evidencia, en todos los órdenes de su vida y de su actividad.


II.

Aunque pudiera parecer ilógico, los niños ciegos atendidos por sus padres solamente en lo primordialy librados en lo demás a su propio arbitrio, desarrollan, físicamente, por lo menos, de manera más normal y eficiente que los minuciosamente cuidados. Como no se les ponen trabas para seguir sus impulsos, aprovechan y experimentan de inmediato sus posibilidades, cada vez más ventajosas, que les va dando su proceso formativo. A su tiempo, se arrastran, gatean y, así vigorizado todo su sistema muscular, caminan luego con facilidad, adquieren rápidamente independencia manual y digital y coordinación y agilidad en los movimientos. Por otra parte, como desde el primer momento pudieron acercarse y palpar un gran número de objetos de toda índole, forma y tamaño, despierta prontamente en ellos la curiosidad por conocer sus nombres, usos y aplicaciones, lo cual, a su vez, les estimula a hablar cuanto antes para expresarlo, y sus facultades de discriminación y análisis; obtienen también así, las nociones de dimensión y dirección. Más adelante, movidos asimismo por ese afán, su propia desenvoltura, y la urgencia de bastarse a sí mismos que los obliga a conocer al dedillo su casa y cuanto contiene para encontrar lo que necesitan y el ansia de alternar en los juegos de sus hermanos o compañeros, desarrollan un buen sentido de orientación, astucia, ingenio, audacia, fuerza muscular y espíritu de independencia.
Este aprendizaje, tan beneficioso posteriormente, no tiene por cierto nada de agradable. Caídas, golpes, quemaduras, heridas, tolondrones y demás adyacencias, son su pedagogía y los jalones que le marcan. Pero, como raramente la cosa no pasa de ahí, lo que por otra parte, acontece también con los demás niños videntes; y si se tiene en cuenta que los ciegos, como está bien probado, adquieren noción de su defecto a una edad que parece increíble, dos años y medio, lo que por ende los hace más cautos y prudentes que los que ven, estos tributos dolorosos que se deben pagar para obtener la triste dicha de vivir, van disminuyendo en la proporción que aumentan su vigor físico, su responsabilidad y su conocimiento de cuanto les rodea. No obstante, este ambiente de indiferencia e incuria afecta profundamente otro aspecto de la personalidad: el del individuo como ente social. Privados del vehículo que incita desde el primer momento a la imitación instintiva de los gestos, movimientos, modales y normas que conforman las leyes por todos acatadas de la vida de relación, sin guía ni consejo, contraen ante todo, una serie de defectos al caminar, al sentarse: muecas permanentes, tics, vaivén de las piernas, inquietud de las manos, la cabeza gacha o demasiado erguida.
Además, forzados como están a valerse en todo por sí mismos, se crean métodos particulares para verificar los menesteres de la vida cotidiana: vestirse, lavarse, comer, tomar los objetos necesarios, comportarse en sociedad. Como es poco menos que imposible que estos sistemas coincidan alguna vez con los usuales, al hacerse visibles distinguen en seguida y van en desmedro del que los practica. Comer empleando los dedos; apoyar la boca en el borde del plato y trasportar con la cuchara o el tenedor empuñados con toda la mano a ella, los alimentos; elevar la voz de un modo innecesario frente a las personas; hablar con el rostro vuelto hacia otra parte; escuchar con una fisonomía impasible, hermética; caminar arrastrando los pies, o apoyándolos con fuerza contra el suelo para "oír" el obstáculo, o con los brazos extendidos a modo de paragolpe; desaseo personal y descuido en el vestir. Estas y otras muchas anomalías semejantes, consecuencia de la falta de educación social, son las que más han contribuido a perjudicar a los ciegos en su actuación y, principalmente, en su concepto.
Los niños de este grupo, de no intervenir naturalmente, factores de orden fisiológico (desnutrición, taras hereditarias), se adaptan pronto al ambiente escolar. Son dóciles a la corrección de defectos porque alcanzan en seguida su importancia; su inteligencia, comprensión e inducción son casi normales de acuerdo con la edad. Son por lo general susceptibles a las amonestaciones y tímidos, estando, además, muy desarrollados en ellos el complejo de menorvalía. Estas deficiencias tienen su origen, ya en el temor infundido en la primera infancia por los padres al reprenderlos duramente a causa de los resultados de su excesiva inquietud o curiosidad (desorden o deterioro de objetos, desaseo de la ropa, caídas con efectos desagradables), ya en el sentimiento de humillación provocado por el disgusto o fastidio declarado o en extremo ostensible de sus hermanos o amiguitos al comprobar que no podían participar en sus pasatiempos con la misma desenvoltura o destreza que ellos. De allí que en sus comienzos escolares se muestren siempre un tanto retraídos y medrosos. Pero como sus condiciones físicas e intelectuales son buenas y su sentido de la sociabilidad bastante cultivado, no tardan, y menos aún si encuentran la debida emulación, en ponerse al nivel de sus compañeros en clases y recreos; se tornan entonces alegres, traviesos y activos y atraen la simpatía de todos por su conducta, viveza y modales. Sin embargo, estas características de inferioridad, como por otra parte, todas las forjadas por el medio familiar, cualesquiera sean, de no mediar terapéuticas especialísimas, sellarán de por vida la personalidad.
Como quiera y a pesar de que no tengan la fortuna de frecuentar ninguna escuela, puede deducirse fácilmente por lo expuesto que están siempre mejor preparados para afrontar la vida que los del primer grupo.


III.

Los del tercero, esto es, aquellos cuyos padres tratan de que afiancen al máximo todas sus facultades a fin de sustituir y compensar el sentido ausente para que puedan equipararse y desenvolverse en lo posible como los demás niños, son desde luego, los más favorecidos.
Aunque la orientación sea por lo regular defectuosa, falta de método y aún inadecuada, desde el momento en que existe, representará siempre un poderoso auxiliar para la formación, educación y experiencia del niño.
Los padres, intuitiva o conscientemente, procuran colocarse en el lugar de su hijito ciego y consideran cómo procederían si lo fueran en tal o cual situación; y constituye para ellos un doble triunfo (pues lo es también para el niño) toda vez que llegan a la comprobación de que su iniciativa les ha llevado al descubrimiento de un recurso por el que se ha aminorado o suprimido una dificultad creada por la deficiencia sensorial. La intervención en todos los actos de la vida familiar (juegos, paseos, conversaciones, visitas, teatro), no permite la instauración en edad temprana, la más peligrosa, del sentido de inferioridad; y cuanto éste despierte, cosa inevitable, será en momentos en que el estado mental del individuo posea ya los elementos necesarios para fiscalizarlo y contrarrestarlo mediante su esfuerzo de superación.
Téngase presente que esta noción de menorvalía, sentida o subconsciente, pero no por eso menos actuante, es el origen de la mayor parte de todos los fracasos, las amarguras y la atonía moral de los ciegos. Toda educación debe dirigirse, pues, ante todo, a anularlo. Salvo algunas fallas de poca significación y en general fáciles de subsanar, en los demás aspectos (físico, intelectual), los niños de esta categoría desarrollan normalmente, contadas claro está, las retracciones en el conocimiento de la realidad objetiva, impuestas por la ceguera. En la escuela son los más hábiles, capaces y lúcidos. Poseen iniciativa y son curiosos, observadores, independientes en sus juicios, francos y personales. Lástima que sistemas disciplinarios y pedagógicos demasiado difundidos propendan a la anulación de estas cualidades, más que nunca preciosas para los que han de suplir con el vigor de sus caracteres y la amplitud de las ideas la condición desfavorable en que los coloca su suerte en relación con sus semejantes videntes en cuyo mundo han de vivir.
Por lo demás, y aún cuando no hayan recibido educación escolar, son los que con mayor acierto encuentran recursos y tareas, a veces muy provechosas, para subvenir a su subsistencia.


IV.

Sea cual fuere la forma y edad del advenimiento de la ceguera, los efectos ambientales que la siguen son decisivos para el porvenir de los afectados. Ya sobrevenga en la segunda infancia o adolescencia cuando el niño se ha asimilado ya a su mundo, que goza y domina, ha comenzado a proyectar su vida futura, ya en la juventud o la madurez, cuando se ha terminado una carrera, iniciado una empresa, creado una situación, financiera y social, o, lo que es peor, contraído responsabilidades morales, el choque es de tal magnitud y trascendencia que a poco que se tarde para proporcionar un ambiente apropiado en su contra, lo más saliente y útil de la personalidad corre el riesgo de atrofiarse. De no proveerse este remedio, se ha demostrado que los ciegos adultos que más o menos han logrado rehabilitarse son, o los de posición económica más desahogada, o aquellos a quienes la existencia de seres queridos a su cargo (hijos pequeños, padres o parientes enfermos o imposibilitados para trabajar), dio el valor y las energías necesarias para sobreponerse a su desventura, rehacerse y descubrir y emprender una nueva labor en armonía con sus actuales posibilidades o adaptar a ellas la que antes desempeñaba. Son bien conocidas, para abundar en ello, las reacciones que en estos casos provoca la ceguera, sea ésta traumática o lenta. Basta señalar que van desde el abandono sin remisión de toda esperanza y confianza en sus fuerzas íntimas latentes y en la vida, una apatía y un escepticismo incurables, una resignación silenciosa y sin consuelo, hasta la desesperación, la neurastenia, la enajenación mental y el suicidio. Póngase, pues, por eso, como primera providencia a los ciegos adultos, en contacto con sus iguales ya formados, los más adultos y preponderantes para que puedan penetrarse de su optimismo y ovservar la normalidad y utilidad de sus actividades; hágaseles frecuentar sus instituciones; dénseles a conocer sus progresos, triunfos y conquistas alcanzados por la tiflología en el mundo, los múltiples recursos que permiten a los privados de la vista obtener su independencia material, la vida y la obra de los ciegos ilustres, y se verá bien pronto cómo las ideas, emociones e impulsos emergentes de este estímulo, van neutralizando y desviando gradualmente las secuelas aniquiladoras de la conmoción sufrida, manteniendo la mente distraída y alerta y tonificando el perturbado mundo psíquico, concretándose por fin, las más de las veces, este proceso en el deseo manifiesto de renovarse y en la certidumbre de que no se ha perdido todo. Son muy numerosos los ejemplos aun entre nosotros, que pueden abonarlo.


V.

Vistos a groso modo, los alcances y repercusiones del influjo ambiental en los principales períodos de la vida, he aquí ahora algunos de los métodos adoptados en los establecimientos educacionales más prestigiosos para su corrección.
El principio básico es éste: normalizar y ampliar el ambiente según lo reclamen la edad y las necesidades físicas, anímicas e intelectuales de los educandos. Así, en varios países de Europa y en los EE. UU, funcionan anexas a las escuelas, o como instituciones independientes, casas-cunas en las que se recibe a los ciegos congénitos desde los primeros meses hasta los tres años. Como se comprenderá en seguida el objetivo de esos hogares es el de dar a sus pequeños pupilos el ambiente requerido para que todas sus facultades desarrollen desde el primer momento normal y armónicamente, evitando la adquisición de tantos y tantos defectos, inclinaciones y hábitos perjudiciales al individuo en sí posterior y difíciles, sino imposibles de enmendar luego.
Ya en la escuela, además de una sistemática y científica educación física, se tiende a despertar de inmediato en los niños, aun los más pequeños, el sentimiento de responsabilidad y de sociabilidad.
En el kindergarten se organizan grupos de acuerdo con las vocaciones que se revelan con finalidades y deberes definidos: confección de trabajos manuales establecidos en los que cada niño tiene su parte indicada; conjuntos musicales y teatrales; para el cuidado de las plantas, de las aves de corral y de los pájaros. Más adelante para la preparación de fiestas escolares, bailes, excursiones campestres.
Se realizan visitas demostrativas a museos, monumentos y edificios públicos, estaciones radiotelefónicas y ferroviarias, correos, empresas editoriales, puertos, usinas, fábricas, casas comerciales y todo lugar susceptible de ensanchar el conocimiento objetivo de los alumnos.
Se les asocia según edad a instituciones recreativas para videntes, en cuyos actos se les da la mayor intervención posible. (Uno de los procedimientos más efectivos -dicho de paso- para conseguir paulatina e insensiblemente, un mayor acercamiento y comprensión entre éstos y los privados de vista).
En los institutos avanzados las clases son siempre mixtas, con lo que se cultivan desde el comienzo y prácticamente todas las cualidades que forman lo que se ha llamado don de gentes: cortesía, caballerosidad, fineza, que la atmósfera social del internado, siempre restringida y unánime, permite formar apenas y malamente, como lo demuestra la actuación y comportamiento de todos los ciegos que durante su educación no les ha sido dado estar en contacto constante con el mundo exterior, sobre todo las mujeres.
Muchachos y muchachas fundan y dirigen clubes artísticos, culturales y de recreo y centros de estudiantes que colaboran eficazmente con la dirección.
En fin: las prácticas de la economía doméstica en todos sus órdenes (cocina, puericultura, jardinería, lavado, planchado), capacitan a las no videntes para desempeñarse lúcida y eficientemente en el colegio, entre sus relaciones y en sus hogares: los de sus parientes, o los que ellas mismas pueden constituir luego.
MUCHO se ha progresado también en uno de los aspectos más arduos en la rehabilitación de los ciegos: la de los adultos, entre nosotros apenas incipiente y por completo inorgánica. Se les enseña ante todo a caminar, sentarse y emitir la voz con corrección y a disciplinar y medir todos sus gestos y movimientos. Antes de iniciarlos en el aprendizaje de las profesiones u oficios a que han de dedicarse se les somete a ejercicios especiales para el desarrollo y la agudización metódicos del tacto y del oído, al contralor y precisión de los ademanes, la soltura muscular, sobre todo manual y digital, la buena palpación, el cálculo y establecimiento de distancias y dimensiones, el conocimiento y manipulación de objetos, útiles y herramientas, grandes y pequeños, y otras nociones que les serán de inestimable valor para la eficiencia de su futura labor. Además, nunca se les deja inactivos ni abandonados a sus pensamientos, se los estimula en todo momento y se les da la mayor participación posible en todas las fases de la vida y de las actividades escolares.
Procedimientos como los indicados y otros similares, dignificaron e hicieron de muchos ciegos individuos útiles a su comunidad.
Conózcalos a fondo cada educador, así como las fallas que los originan, y aplíqueles a conciencia, que resistan la tentación del experimento fácil, las innovaciones, las nuevas ideas sin fundamento hasta no poseerlos completos en práctica y profundidad, y será digno de ese nombre.

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