sábado, 31 de marzo de 2012

021 - LA VOZ DEL SEÑOR - NÚMEROS DEL 10 AL 13 DE 2012

(Boletines correspondientes al mes de marzo)

Arzobispado de Buenos Aires y toda Argentina
Iglesia Católica Apostólica Ortodoxa de Antioquia

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Boletín dominical correspondiente al domingo 4 de marzo de 2012
Domingo de la Ortodoxia


Jesús
Simples Miradas hacia el Salvador (8)

El camino y su término

En Jesucristo, el camino y su término se identifican. Apenas entramos en el camino, que es Cristo, ya hemos alcanzado el término. Y cualquiera fuera el problema, si nos aferramos a Jesús, si nos unimos más íntimamente a Él, llegaremos a la solución. (Esto ocurre no solamente en cuanto a grandes cuestiones de orden espiritual, sino también en los problemas más humildes y cotidianos). Eso no dispensa ni de la reflexión, ni de apoyarse en técnicas apropiadas, sino que nuestro pensamiento funcionará, entonces, en la luz de Cristo. He aquí, por ejemplo, un problema concreto que se me plantea: una decisión grave a tomar, una entrevista difícil, una carta a escribir, relaciones personales, tareas de la profesión, etc. ¿Qué debo hacer, Señor?
Hijo mío, en primer lugar, únete a Mí. Luego, ten confianza que en Mí tu problema particular está resuelto. Si verdaderamente Me ves, verás la solución, a través de Mí, como a través de un cristal. Ejerce tu razón, pero en Mi luz, bajo la protección de Mi corazón.
Marta cree que su hermano resucitará el último día (Cf. Jn 11:24), por lo que Jesús le responde: “Soy la resurrección” (Jn 11:25). Esta expresión contiene dos enseñanzas: Primero, la resurrección no es una realidad puramente escatológica, definida para el último futuro, sino que es, de cierta manera, una realidad dada hoy, y existente en nuestro presente. Y segundo, es la persona del Salvador que, desde ahora, es la causa y el poder de la resurrección de los muertos. Y nosotros, por la unión a Cristo, y no por la imaginación o la memoria, nos reunimos, en este mismo momento, con los que hemos amado y que han dejado esta tierra. Esta unión a la persona de Cristo no es posible sino cuando erigimos delante de nosotros, cuando llevamos en nosotros mismos una imagen de Jesús, intensamente real. Pero la palabra “imagen” no significa “imaginación”. No es una imagen mental (pese a que, al inicio, eso pueda ser útil), sino que es una cierta visión interna, a rasgos distintos. Eso no se puede describir desde afuera.
Pedro camina sobre las aguas (Cf. Mt 14:25-31). Él puede caminar sobre las olas del lago, tanto cuanto mira a Jesús, tanto cuanto se dirige hacia Él. Pero, cuando mira a su alrededor, cuando observa que el viento es fuerte, el miedo se apodera de él, comienza a hundirse. Por ello, Jesús debe extenderle la mano para atraparlo. Si Pedro no hubiera prestado atención a las olas y al viento, y si hubiera concentrado su mirada sólo sobre el Señor, no se habría encontrado en peligro, y su fe no habría sido sacudida. Ahí también se encuentra la razón de mis caídas. Si hubiera sido capaz de mirar sólo a Jesús, si no me hubiera dejado ir a considerar el peligro o la tentación, y a comenzar con ellos una forma de diálogo, podría caminar sobre las aguas. Todas mis fallas tienen como origen un debilitamiento o una desaparición de la imagen de Jesús. Pero, ¿cómo erigir ante mí una imagen de Jesús bastante fuerte para que sobrepase el miedo del peligro o la atracción del pecado? Una imagen tal no es la obra de un minuto o de un día; es la obra de meses, de años, de toda una vida. Y una imagen deprisa, superficial, de Jesús es como una huella sobre las aguas, desvanece a la primera brisa, ante el primer choque. Debo formar, lentamente, y en profundidad, esta imagen de Jesús; o más bien, debo ser bastante maleable, y mantenerme así, para que Jesús grabe Su rostro sobre mi corazón.
La belleza del rostro del Salvador no sólo atrae, sino que actúa y transforma. Si nuestra mirada interior es asidua, entonces la belleza de Jesús nos penetra, en proporción a esta asiduidad.
Señor, muéstrame Tu rostro; y todas mis dificultades se fundirán, pues, como la nieve en el sol. Contemplando Tu rostro, seremos absorbidos en Tu luz, elevados de claridad en claridad y cambiados en Tu imagen.

Padre Lev Gillet


Tropario de la Resurrección (Tono 5): Al coeterno con el Padre y el Espíritu, al nacido de la Virgen para nuestra salvación, alabemos, oh fieles, y prosternémonos. Porque se complació en ser elevado en el cuerpo sobre la cruz, y soportar la muerte, y levantar a los muertos por su Resurrección gloriosa.

Tropario del Domingo de la Ortodoxia (Tono 2): Nos prosternamos ante Tu pu¬rísima imagen, oh Bueno, suplicándote el perdón de nuestros pecados, oh Cristo Dios. Porque, por Tu propia voluntad, aceptaste ascender, por el cuerpo, a la Cruz para salvar, de la esclavitud del enemigo, a los que Tú formaste. Por lo tanto, con agra¬decimiento, Te exclamamos: “Nos has llenando a todos de alegría, oh Salvador; porque Tú has venido para salvar al mundo”.

Kontakion (Tono 8): Yo soy Tu siervo ¡oh Madre de Dios! Te canto un himno de triunfo; ¡Combatiente Defensora! Te doy Gracias, ¡Liberadora de los pesares! Y como posees un poder invencible, líbrame de todas las desventuras, para que pueda exclamar: ¡Salve! ¡Oh Novia sin novio!”


Carta a los Hebreos (11:24-26, 32-40): Hermanos, por la fe, Moisés, siendo ya grande, renunció a ser llamado hijo de la hija del Faraón, El prefirió compartir los sufrimientos del Pueblo de Dios, antes que gozar los placeres efímeros del pecado: consideraba que compartir el oprobio del Mesías era una riqueza superior a los tesoros de Egipto, porque tenía puestos los ojos en la verdadera recompensa. ¿Y qué más puedo decir? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, de Samuel y de los Profetas. Ellos, gracias a la fe, conquistaron reinos, administraron justicia, alcanzaron el cumplimiento de las promesas, cerraron las fauces de los leones, extinguieron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada. Su debilidad se convirtió en vigor: fueron fuertes en la lucha y rechazaron los ataques de los extranjeros. Hubo mujeres que recobraron con vida a sus muertos. Unos se dejaron torturar, renunciando a ser liberados, para obtener una mejor resurrección. Otros sufrieron injurias y golpes, cadenas y cárceles. Fueron apedreados, destrozados, muertos por la espada. Anduvieron errantes, cubiertos con pieles de ovejas y de cabras, desprovistos de todo, oprimidos y maltratados. Ya que el mundo no era digno de ellos, tuvieron que vagar por desiertos y montañas, refugiándose en cuevas y cavernas. Pero, aunque su fe los hizo merecedores de un testimonio tan valioso, ninguno de ellos entró en posesión de la promesa. Porque Dios nos tenía reservado algo mejor, y no quiso que ellos llegaran a la perfección sin nosotros.


Santo Evangelio según San Juan (1:43-51): En aquél tiempo, Jesús determinó encaminarse a Galilea, y en el camino encontró a Felipe y le dijo: “Sígueme.” Era Felipe de Betsaida, patria de Andrés y Pedro. Felipe halló a Natanael y le dijo: “Hemos encontrado a Aquel de quien escribió Moisés en la Ley y anunciaron los profetas: Jesús, el hijo de José, el de Nazaret.” Le respondió Natanael: “¿De Nazaret puede salir algo bue¬no?” Le respondió Felipe: “Ven y verás.” Vio Jesús venir hacia Sí a Natanael, y dijo de él: “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño.” Le dijo Natanael: “¿De dónde me conoces?” Le respondió Je¬sús: “Antes de que Fe¬lipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.” Al oír esto Natanael, Le dijo: “Rabbí, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Is¬rael.” Le replicó Jesús: “¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, Crees? Cosas mayores que éstas verás.” Y le añadió: “En verdad, en verdad os digo: Verán abierto el cielo y a los Ángeles de Dios subir y bajar sirviendo al Hijo del Hombre.”


¿A quién conmemoramos hoy?
A San Gerásimo del Jordán

San Gerásimo era originario de Licia (Asia Menor) y desde sus primeros años se distinguió por su piedad. Después de recibir la tonsura monástica, se retiró al desierto de Tebaida (en Egipto). A partir de entonces, alrededor del año 450, el monje llegó a Palestina y se asentó a orillas del Río Jordán, donde fundó un monasterio. Allí San Gerásimo estableció una regla monástica estricta. Pasaba cinco días de la semana en la soledad, ocupándose el mismo en artesanías y en la oración. Los sábados y los domingos todos se reunían en el Monasterio para participar de la Divina Liturgia y comulgar los sagrados misterios de Cristo. Por la tarde, teniendo un suministro de pan y de agua y una brazada de ramas de palma para tejer cestas, los habitantes del desierto regresaban a sus propias celdas.
San Gerásimo alcanzó un alto nivel en la ascesis. Durante la Gran Cuaresma no comía nada hasta el mismo día de la Resurrección de Cristo, cuando recibía los Santos Misterios. El santo murió en paz, de luto por sus hermanos y discípulos. Antes de su muerte, un león había ayudado a Gerásimo en sus tareas, y después de la muerte del anciano el león murió en su tumba y fue enterrado allí cerca. Es por eso que un león siempre se representa en los iconos del santo a sus pies.


Carta dirigida a los jóvenes que participaron del Encuentro Arquidiocesano de la Unión de Juventud Ortodoxa en Termas de Río Hondo del 25 al 29 de enero de 2012.

Muy esperanzadora y fructífera fue la experiencia con los jóvenes universitarios y trabajadores en Termas de Río Hondo, en el marco del encuentro arquidiocesano de la juventud de nuestra Iglesia, durante los días del 25 al 29 de enero pasado. Los jóvenes vinieron con muchas ganas, gracias al testimonio de terceros sobre estos encuentros o a su propia experiencia en estos. Lo más importante es que ellos acompañaron estas ganas con una expresa necesidad, que solían formular como “sus expectativas del encuentro”, la de una comunión genuina con Dios y con sus hermanos.
No cabe duda que el lema del encuentro - “Yo estoy a la puerta y llamo” (Apoc 3:20) - ayudó a que los jóvenes prestaran más atención a sus corazones. Todos ellos, al unísono, expresaron su alegría por haber trazado un camino espiritual a lo largo del encuentro. Para cada uno, fue un reencuentro consigo mismos, con sus hermanos y con el Señor. Creo que el encuentro fue para ellos una especie de trampolín que les permitió saltar por encima del ritmo de la vida y de la rutina que relegan al descuido y, luego, al olvido de la apertura tan preciosa de sus corazones.
Era agradable ver cómo el amor de Dios encontraba corazones sedientos para vivir una comunión verdadera, auténtica y genuina. “Yo estoy a la puerta y llamo” expresa justamente esta actitud de Dios y Su espera para que el hombre tenga una actitud análoga, la de prestarle atención, escuchar Su llamado, responderle y abrirle la puerta. En eso, ayudó la atmósfera y el clima de confianza que se armó y que prevaleció durante el encuentro, además de una actitud personal que los jóvenes manifestaron: su valentía. Muchos de ellos, al enfrentar muchas circunstancias difíciles en su vida, mostraron una gran valentía y, pese a su falta de un mejor conocimiento de su fe, han respondido con un “acto de fe”: optaron por seguir el camino de Dios y disponerse en ese camino en las manos de Dios.
En esta perspectiva, las reflexiones sobre temas bíblicos fueron determinantes para ellos a fin de poder pulir su experiencia personal. A través de las figuras bíblicas que analizaron, tal como las de Abraham, Moisés, Samuel, David o de la mujer Samaritana, vieron su vida como en un espejo, y empezaron a prestarle más atención a la acción de Dios en la vida de cada uno, dándose cuenta de Su llamado, confiando en abrirle el corazón, creer en la fidelidad de Dios a Su palabra y en el cumplimiento de Sus promesas. ¡Un verdadero encuentro con la Palabra y redescubrimiento de la Biblia! En todos, nacieron deseos y compromisos de no faltar más a esta escucha, no perder otra vez el llamado, y conservar esta preciosa experiencia para siempre. ¿Acaso tal testimonio no da gusto para leer la Biblia a diario?
¡Qué lindo dejar que la luz de la Palabra de Dios ilumine nuestro ser y nuestro día! Recibíamos todos los días, en el momento de la comida, versículos bíblicos que se repartían a cada uno. Seguramente, la intención fue que el alma se nutriera mientras comíamos. Aquí algunos versículos que me tocaron recibir: “Tan pronto como llamo al Señor, me responde desde su monte santo” (Sal 3:5); “Dios mío, desde la aurora te busco. Mi alma tiene sed de ti” (Sal 63:2); “Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad situada en la cima de un monte que no se puede ocultar” (Mt 5:14); “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Jn 15:13); “Busquen primero el Reino y la Justicia de Dios, y lo demás vendrá por añadidura” (Mt 6:33). Los recibía como el aire fresco que sopla en un tiempo de verano caluroso.
Toda nuestra vivencia fue coronada por la celebración de la Divina Liturgia. Fue una vivencia particularmente sentida para los jóvenes. Al finalizarla, sacamos una foto souvenir, todos parados alrededor del altar improvisado, sobre el cual reposaba el libro del Evangelio. Era una foto que, desde muy lejos, se asemejaba al ícono del Juicio Final, que tendrá lugar al final de la historia, cuando toda la humanidad se encontrará congregada delante del trono de Dios, y en el epicentro, el libro del Evangelio puesto sobre la mesa. Ojala la alegría que la foto reflejaba nos acompañe también en aquel temible día, en el que seremos testigos de la veracidad de la Palabra de Dios, cosecharemos lo sembrado en nuestra vida acorde al Evangelio, y viviremos el cumplimiento de la promesa de Dios.
Para todos nosotros, el encuentro fue memorable para la vida. En esto, destaco el acto de fe y la valentía que nuestros anfitriones han tenido, los jóvenes santiagueños, quienes por primera vez se hicieron cargo de tal responsabilidad: ni la lejanía del lugar, ni la escasez de recursos, ni la falta de experiencia o la enfermedad les impidieron brindar lo mejor - incluyendo sus corazones y sus sonrisas - a sus hermanos, y que los recibieran con una calidez sin igual. También, destacable es la actitud de los que por primera vez participaron. A estos se suman los que ya vienen participando año tras año. Ambos supieron crear una atmósfera y un espacio de intercambio, de servicio, de fraternidad y de amor.
Es cierto que nadie quiere perder lo que ha descubierto y adquirido durante estos días. Para cada uno, el llamado del Señor “Yo estoy a la puerta y llamo” tiene su respuesta: “¡Ven Señor Jesús!” (Apoc 22:20), expresión con la que los cristianos del primer siglo manifestaban su anhelo de ver al Señor volver pronto. Así, para nosotros, y hasta que vuelva el Señor en gloria por segunda vez, el tiempo después de nuestro regreso del encuentro a nuestras parroquias es tiempo para vigilar la perla encontrada y preciosamente guardada. A los que creen que vigilarla es difícil o parece ser un yugo pesado en el mundo, les basta recordar esta palabra del Señor: “Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados, y Yo los haré descansar. Tomen Mi yugo sobre ustedes y aprendan de Mí, que Yo soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para sus almas” (Mt 11:28-29), o aquella otra palabra que dijo a Sus discípulos antes de la Pasión: “Estas cosas les he hablado para que en Mí tengan paz. En el mundo tienen tribulación; pero confíen, Yo he vencido al mundo” (Jn 11:33), o en fin, Su última promesa antes de subir al cielo: “¡He aquí! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28:20). Amén.

+ Metropolita Siluan


Encuentro Nacional de Jóvenes Ortodoxos
Termas de Río Hondo 2012

Del 25 al 29 de enero y del 31 de enero al 4 de febrero pasados se llevaron a cabo en la ciudad de Termas de Río Hondo, provincia de Santiago del Estero, dos encuentros juveniles que contaron con la presencia de unos 110 jóvenes de todo el país. El primer encuentro estuvo dirigido a jóvenes mayores de 21 años, quienes compartieron cuatro días de oración y de aprendizaje bajo el lema “Yo estoy a la puerta y llamo”. Para dicho Encuentro participaron además de Monseñor Siluan, el Arcipreste Víctor Villafañe, Padre Gregorio Makantassis (Párroco de la comunidad en Santiago), Padre Antonio El Bitar de Córdoba y Diácono Gabriel Coronel de la Catedral San Jorge. El segundo encuentro se desarrolló en un clima de hermandad juvenil en donde los casi 70 jóvenes de todo el país meditaron bajo el lema “En el camino de Emaús”. De este encuentro participaron Monseñor Siluan, Padre Víctor Villafañe, Padre Gregorio Makantassis, Padre Alejandro Saba de Rosario, Padre Antonio El Bitar, y Diácono Gabriel Coronel quienes compartieron sus experiencias y enseñanzas a la juventud del país.
Ambos Encuentros finalizaron con la Divina Liturgia acompañados por las familias que pusieron a disposición de la Iglesia los hoteles y las instalaciones para la realización de los encuentros. El Arq. Miguel Mukdise, Intendente de la ciudad y miembro de nuestra Iglesia, acompañado por su señora esposa, nos dio la bienvenida a Termas y nos acompañó en este momento especial del Encuentro en el que Monseñor y los jóvenes agradecieron su hospitalidad.
Lo vivido en Termas merece un grato reconocimiento a toda la comunidad de dicha ciudad, a su Párroco Padre Gregorio Makantassis y a todos los jóvenes que trabajaron todo un año para recibir a las juventudes del país.
Ambos encuentros fueron momentos de renovar nuestras esperanzas y de motivarnos mutuamente para trabajar este año por toda la juventud de nuestra Iglesia. El próximo destino: Rosario 2013.




Boletín dominical correspondiente al domingo 11 de marzo de 2012
Domingo de San Gregorio Palamás


Jesús
Simples Miradas hacia el Salvador (9)

Ver a Jesús solo

Los discípulos no ven más que a “Jesús solo” (Mt 17:8), cuando bajaron del Monte de la Transfiguración. El sentido inmediato de la frase es que ellos no ven más a Moisés, a Elías y la gloria divina; y que reencuentran a Jesús bajo su apariencia cotidiana. Podemos agregar a este sentido uno más, que el alma, deslumbrada por la luz de Jesús, ve esta misma luz sobre todos los seres. Y a través de los hombres y de las cosas, ella ve a “Jesús solo”.
Hay distinción en el llamado que Jesús dirige a las almas. Eso es bien claro, en el llamado de Jesús a los primeros discípulos. En ello, se encuentra un elemento profundamente personal. Jesús ve a Simón, y en seguida, le dice que será Cefas (Cf. Jn 1:42), la roca (Cf. Mt 16:18). Y ve a Natanael, y le dice: “he aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño” (Jn 1:47). (Jacob, después de haber utilizado el engaño, volvió a ser el sincero Israel). En el caso de Natanael, el estado actual del alma del recién llegado ofrece un tema a la bienvenida dada por el Maestro. En el caso de Simón - y es el más frecuente - el maestro prevé cuál será el crecimiento espiritual del discípulo; es acoger lo que el discípulo será, más que lo que es; Él traza ya el bosquejo de un ministerio futuro (Cf. Mt 16:19).
Jesús dice a Natanael: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi” (Jn 1:48). No sabemos a qué episodio hacía alusión Jesús. ¿Acaso Natanael se había retirado debajo de la higuera, en un momento de oración o de meditación, o de tentación y de lucha interna; o quizás en un estado de pecado y de arrepentimiento? Lo que es cierto, es que la sombra de la higuera marca un momento decisivo en la vida de Natanael. Jesús, en ese momento de decisión, estaba invisiblemente presente, tal como está presente en el debate al que nos entregamos cada uno de nosotros, debajo de nuestra higuera. (Debajo de otra higuera, cuatro siglos más tarde, Agustín escuchará una voz diciéndole: “Tolle, lege”, “Toma y lee”. Este llamado decidirá su conversión. Hay higueras estériles que Jesús maldice, cuando, por sus hojas, ilusionan (Cf. Mt 21:19). Hay higueras excepcionalmente fértiles, que Jesús bendice; Natanael y Agustín son sus frutos). El llamado de Jesús - sea dirigido a Natanael o a cada uno de nosotros - tiene raíces secretas y profundas en lo que nuestra vida tiene como más íntimo. “Cuando estabas debajo de la higuera…”.
La frase de Pedro, “Apártate de mí, Señor, pues soy hombre pecador” (Lc 5:8), es tan esencial para nuestras relaciones con Jesús como aquella otra frase del Apóstol: “Mándame que vaya a Ti sobre las aguas” (Mt 14:28). La expresión de humildad, y la expresión de confianza, deberían ser pronunciadas simultáneamente. Pero, en nuestra condición de hombres pecadores y justificados, condenados y salvados, hay lugar tanto para una expresión como para la otra, alternándose entre ellas.
Jesús dice a los dos primeros discípulos, quienes Le preguntaron dónde moraba: “Vengan y verán” (Jn 1:39). Y Felipe dice a Natanael, cuando quiere que se acerque al Maestro: “Ven y ve” (Jn 1:46). Estos dos momentos son necesarios para llegar a Jesús. Hacemos nuestro esfuerzo personal, primero, y luego viene la visión que corona este esfuerzo. Pero nuestro esfuerzo inicial es, por sí, una gracia, y un don que emana del Salvador.
Hay también momentos de gran desamparo, donde nosotros gritamos a Jesús, tal como los judíos cerca de la tumba de Lázaro: “Señor, ven y ve” (Jn 11:34). Nuestro acto de fe responde, pues, a la invitación primera de Jesús, usando las mismas palabras.

Padre Lev Gillet


Tropario de la Resurrección (Tono 6): Los poderes celestiales aparecieron sobre tu Sepulcro; los guardias quedaron como muertos; María se plantó en el Sepulcro buscando tu Cuerpo purísimo: sometiste al Hades sin ser tentado por él; y encontraste a la Virgen otorgándole la vida. ¡Oh Resucitado de entre los muertos, Señor, gloria a Ti!

Tropario de San Gregorio Palamás (Tono 8): ¡Oh Astro de la Ortodoxia, fir¬meza de la Iglesia y su maestro; hermo¬sura de los ascetas y su adorno, el irrefutable campeón de los teólogos, Gregorio el mila¬groso, orgu¬llo de Tesalónica y predicador de la Gracia! Intercede, sin cesar, por la salvación de nuestras almas.

Kontakion (Tono 8): Yo soy Tu siervo ¡oh Madre de Dios! Te canto un himno de triunfo; ¡Combatiente Defensora! Te doy Gracias, ¡Liberadora de los pesares! Y como posees un poder invencible, líbrame de todas las desventuras, para que pueda exclamar: ¡Salve! ¡Oh Novia sin novio!”

Carta a los Hebreos (1:10-2:3): Hermanos, también Dios -al Hijo- Le dice: “Tú, Señor, al principio fundaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos. Ellos desaparecerán, pero tú permaneces. Todos se gastarán como un vestido y los enrollarás como un manto: serán como un vestido que se cambia. Pero tú eres siempre el mismo, y tus años no tendrán fin”. ¿Y a cuál de los ángeles dijo jamás: “Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies”? ¿Acaso no son todos ellos espíritus al servicio de Dios, enviados en ayuda de los que van a heredar la salvación? Por eso, nosotros debemos prestar más atención a lo que hemos escuchado, no sea que marchemos a la deriva. Porque si la Palabra promulgada por medio de los ángeles tuvo plena vigencia, a tal punto que toda transgresión y desobediencia recibió su justa retribución, ¿cómo nos libraremos nosotros, si rehusamos semejante salvación? Esta salvación, anunciada en primer lugar por el Señor, nos fue luego confirmada por todos aquellos que la habían oído anunciar.

Santo Evangelio según San Marcos (2:1-12): En aquel tiempo, Jesús Entró de nuevo en Cafarnaúm; al poco tiempo, había corrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tan¬tos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y Él les anunciaba la Palabra. Y Le vinieron a traer a un pa¬ralítico llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo en¬cima de donde Él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descol¬garon la camilla donde yacía el para¬lítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: “Hijo, tus pe¬cados te son perdona¬dos”. Estaban allí sentados algunos escri¬bas que pensa¬ban en sus cora¬zones: “¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?”. Pero al instante, cono¬ciendo Jesús en Su Espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dijo: “¿Por qué piensan así en sus corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus peca¬dos te son perdo¬nados’, o decir: ‘Le¬vántate, toma tu camilla y anda’? Pues para que sepan que el Hijo del Hombre tiene en la tie¬rra poder de perdonar pecados --dice al paralítico--: ‘A ti te digo, le¬vántate, toma tu camilla y vete a tu casa’.” Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que to¬dos quedaban asombrados y glorificaban a Dios diciendo: “Jamás vi¬mos cosa parecida.”


¿A quién conmemoramos hoy?
A San Sofronio Patriarca de Jerusalén

San Sofronio, Patriarca de Jerusalén, nació en Damasco, cerca del año 560. Desde su juventud se distinguió por su piedad y su amor por los estudios clásicos. Él era especialmente hábil en la filosofía, y así se le conocía en aquel tiempo como Sofronio “el Sabio”. El futuro jerarca, sin embargo, buscó la verdadera filosofía de la vida monástica, y las conversaciones con los habitantes del desierto. Llegó a Jerusalén al monasterio de San Teodosio, y allí se convirtió en estrecho colaborador del hieromonje Juan Mosco, convirtiéndose en su hijo espiritual y sometiéndose a él en obediencia. Ambos visitaron varios monasterios, escribiendo la vida y la sabiduría espiritual de los ascetas que habían conocido. A partir de estas notas surgió su famoso libro, el “Leimonarion” o el “prado espiritual”, que fue muy estimado en el Séptimo Concilio Ecuménico.
Para ponerse a salvo de las incursiones devastadoras de los persas, san Juan y Sofronio dejaron Palestina y se fueron a Antioquía, y de allí viajaron a Egipto. En Egipto, san Sofronio se enfermó de gravedad. Durante este tiempo, decidió convertirse en monje y fue tonsurado por San Juan Mosco. Sin embargo, San Sofronio recuperó su salud, y ambos decidieron permanecer en Alejandría. Allí fueron recibidos por el Santo Patriarca Juan el Misericordioso (que conmemoramos el 12 de noviembre), a quien ayudaron en la lucha contra la herejía monofisita. En Alejandría San Sofronio enfermó de la vista, y se volvió en oración y fe a los santos Ciro y Juan (31 de enero), y recibió la sanidad en una iglesia que llevaba sus nombres. En agradecimiento, San Sofronio escribió entonces la vida de estos santos.
Cuando los bárbaros comenzaron a amenazar Alejandría, el patriarca Juan, acompañado de los Santos Sofronio y Juan Mosco, se dirigió a Constantinopla, pero murió en el camino. Juan Mosco y Sofronio continuaron el camino y se dirigieron a Roma con otros dieciocho monjes. San Juan Mosco murió en Roma. Su cuerpo fue llevado a Jerusalén por San Sofronio y enterrado en el monasterio de San Teodosio.
En el año 628, el patriarca de Jerusalén, Zacarías (609-633) regresó de su cautiverio en Persia. Después de su muerte, el trono patriarcal fue ocupado durante dos años por San Modesto (18 de diciembre). Después de la muerte de este, San Sofronio fue elegido Patriarca. Allí trabajó mucho por el bienestar de la Iglesia de Jerusalén (634-644).
Hacia el final de su vida, San Sofronio y su rebaño vivieron un asedio por los musulmanes de dos años de Jerusalén. Cansados por el hambre, los cristianos, finalmente accedieron a abrir las puertas de la ciudad, con la condición de que el enemigo perdonara los lugares santos. Pero esta condición no se cumplió, y San Sofronio murió en el dolor por la profanación de los lugares santos cristianos.
Obras escritas por el Patriarca Sofronio han llegado hasta nosotros en el área de la dogmática, y también la “Explicación de la Liturgia”, “la Vida de Santa María de Egipto” (1 de abril), y también cerca de 950 troparios y estijos de Pascua hasta la Ascensión.
Cuando todavía era un monje, San Sofronio revisó e hizo algunas correcciones en la Regla del monasterio de San Sabas. El santo escribió las tres Odas que se cantan antes de iniciar la Gran Cuaresma y por eso llamamos a los domingos antes de Cuaresma el tiempo del “Triodion”.


Carta dirigida a los jóvenes que participaron del Encuentro Arquidiocesano de la Unión de Juventud Ortodoxa en Termas de Río Hondo del 31 de enero al 3 de febrero de 2012.

En el quinto año consecutivo de la realización del encuentro arquidiocesano de la juventud de nuestra Iglesia, me dieron una linda sorpresa los adolescentes que participaron del encuentro realizado en Termas de Río Hondo los días 31 de enero al 3 de febrero pasado. Me sorprendieron por su aptitud en construir lazos de hermandad entre ellos y por la sinceridad en revisar sus actitudes y accionar, a la luz de la realidad de la fe y de la vida en la Iglesia que los congrega y los une. Se han destacado por su conducta, disciplina, espíritu de integración y respeto entre ellos y para con los responsables. Revelar este aspecto desde el inicio permite tener una mejor apreciación de la atmósfera que prevaleció en el encuentro, y de la valiosa y buena predisposición que estos jóvenes demostraron durante los pocos días de convivencia que compartieron.
Todo y todos contribuyeron a crear un clima de confianza y de integración, y facilitaron el buen provecho de los temas desarrollados, los talleres y las actividades realizados. Quisiera hacer una especial referencia a un juego improvisado, el cual luego se llamó “Virtud 2012”, que me permitió conocer mejor los corazones de estos jóvenes. El juego, separado en dos momentos, era simple. Consistió en ofrecer y recibir una virtud en una reunión íntima entre jóvenes de una misma parroquia. Primero, cada uno eligió a una persona del grupo y le “regaló” una virtud, la que creía conveniente, a fin de que éste último se esfuerce para adquirirla durante este año. Luego, cada uno expresó si aceptaba o no recibir el regalo y explicar el porqué. ¡Qué lindo ver la mirada y escuchar la expresión que han tenido entre estos adolescentes mientras jugaban a la virtud! El juego funcionó como un verdadero espejo, en el que cada uno recibía una “evaluación” de su accionar y de su carácter a través de la mirada que su hermano le ofrecía, mirada expresada con las mejores intenciones y en una atmósfera de amor y de sincerarse con los demás. Todos ofrecieron su “regalo” a su hermano, y cada uno recibió benévolamente el regalo del otro. Todos aceptaron la virtud asignada para adquirir durante este año.
Además de ayudar a hacer una revisión personal, este juego dio a entender a los adolescentes cuán importante es comprometerse en realizar cambios y mejoras en algún aspecto de sus actitudes y accionar a través de la adquisición de una virtud, cuán provechoso es afrontar juntos las dificultades y tratar de evaluar el progreso de vez en cuando. Fue una manera positiva para hacer una revisión personal y grupal, una forma creativa para sincerarse dentro de un grupo, y un momento apropiado para decidir mejoras, realizar cambios y asumir compromisos serios al respecto.
No cabe duda que, en todo lo que este juego ocasionó, estos jóvenes mostraron ser permeables a la esencia del Evangelio, del amor y de la verdad, y en base a ello, encarar y forjar mejor su personalidad y sus relaciones, dejando de lado la auto-justificación y la soberbia, superando los malos entendimientos pasados, y renovando su propia mirada hacia sí mismos y hacia sus hermanos.
Si la verdad y el amor son la base de nuestro conocimiento y nuestras relaciones, cabe precisar, tal como se dieron cuenta los jóvenes, que la revisión de uno mismo y el compromiso darán frutos si se articulan con el ejercicio del perdón y de la oración. ¡Cuántas veces hemos fallado en los compromisos tomados! ¿Acaso eso no ocasionó molestias, resentimientos, cargas, etc., entre los integrantes de nuestro grupo? ¡Cuántas veces nuestro carácter “salvaje” y nuestras actitudes inapropiadas influyeron mal sobre la vida grupal o comunitaria! Por ello, el sincerarse con los demás que estos jóvenes experimentaron necesita estar acompañado por el ejercicio del perdón y de la oración: saber pedir perdón cuando se olviden del compromiso tomado, saber perdonar a quien haya fallado, y saber orar por aquel que necesita iluminación, coraje, valentía y perseverancia en el camino de mejora y de cambio que anhela realizar.
Sí, ese fue un momento de liberación particular para los jóvenes. Hubo otros momentos todavía más importantes. Muchos que se caracterizaban por ser tímidos, y otros que la vergüenza les impedía tomar la iniciativa han tenido un avance significativo a lo largo de estos días. ¡Se soltaron! ¡Qué mayor satisfacción para ellos y para nosotros!
Así, el lema del encuentro, el de los dos discípulos de camino a Emaús (Cf. Lc 24:13-35), se convirtió en una realidad concreta para estos jóvenes. Al haber descargado todo, y al renovar el gozo de caminar juntos, se dejaron acercar por la luz que proviene del conocimiento de Dios y de la relación con el Señor. Si bien nadie quería volver a casa, ahora vuelven a su propia Jerusalén, su parroquia, para compartir la alegría de la resurrección de su propia vida y concretar los compromisos que han tomado. Cada grupo juvenil está mirando a otro para poder aprender de él e imitar sus habilidades. ¡Cuántas veces hemos caído en el desaliento al comparar lo que nos hace falta con lo que otros grupos tienen! Sin embargo, para un discípulo de Cristo, de alma generosa y bien dispuesta, la privación no es un motivo de desaliento. El evangelio nos invita a brindar lo que queremos que nos brinden. La privación, o mejor nuestra carencia, será motivo para tomar la iniciativa, aprender, tener paciencia, y seguir el camino con fe y esperanza.
En conclusión, doy gracias a Dios por todo lo compartido con estos jóvenes. La realización de estos encuentros se vuelve, cada vez más, un espacio vital para el aprendizaje de la vida en común, para el conocimiento y el progreso en la fe, para crecer y cambiar, en el camino de la plenitud verdadera que les deseamos.

+ Metropolita Siluan


Nuevo curso de SOFIA
Los Santos Padres de la Iglesia
Desde los orígenes hasta el Concilio de Nicea

A partir del próximo jueves 15 de marzo comenzamos un nuevo curso en SOFIA. En este caso queremos profundizar la lectura de la vida y la obra de los Santos Padres que lucharon por la Iglesia desde la muerte del último Apóstol hasta la convocatoria al primer Concilio Ecuménico en la ciudad de Nicea.
Te invitamos a que juntos podamos leer la obra que nos han heredado, que podamos analizar los tiempos que les tocaron vivir (tiempos de persecuciones y de mártires), los distintos problemas a los que tuvieron que enfrentarse, el primer surgimiento de herejías en el seno de la comunidad cristiana y muchos otros temas más. Para inscribirte envíanos un email a arzobispado@acoantioquena.com. El jueves 15 de marzo a las 20:30 hs (Argentina y Chile) ó 18:30 hs (México y Honduras) estaremos dando inicio a un nuevo curso del Seminario Ortodoxo de Formación para Iberoamérica.




Boletín dominical correspondiente al domingo 18 de marzo de 2012
Domingo de la Adoración de la Santa Cruz

Jesús
Simples Miradas hacia el Salvador (10)

Jesús se maravilla

El Evangelio nos cuenta que Jesús quedó maravillado sólo en dos oportunidades. En estos dos casos, se trataba de la fe. En efecto, el primer episodio tiene lugar en Nazaret, cuando Jesús vuelve allí. Él enseñaba en la sinagoga, pero no lo recibieron ni a Él, ni Su mensaje. Es por eso que no pudo hacer allí ningún gran milagro, “y estaba maravillado por la incredulidad de ellos” (Mc 6:6). El segundo episodio tiene lugar en Capernaúm (Cf. Mt 8:5-10), cuando el centurión romano implora la curación de su servidor paralítico; Jesús le dice: “Yo iré y lo sanaré”. Pero el centurión replica: “Señor, no soy digno de que Tú entres bajo mi techo; solamente di la palabra…”. Jesús, al haber escuchado al centurión, “se maravilló”; sanó al servidor a distancia; y declaró que, aún en Israel, no había encontrado una fe tan grande.
Comparando estos dos episodios encontramos algo que nos maravilla. La gente de Nazaret, israelitas, tienen la ley, los profetas y una creencia ritual correctos. Y el centurión, un extranjero con respecto al pueblo de la alianza (puede ser, como máximo, un proselito). Sin embargo, Jesús se maravilla de la incredulidad en Nazaret, y se maravilla de la fe del centurión. Porque la rectitud de la fe de Nazaret no es la fe viva que salva. Si tal fe les hubiera animado, los hombres de Nazaret habrían abierto sus corazones a Jesús. Quedaron encerrados en una creencia correcta, pero estéril. Por ello, sus corazones permanecen cerrados. Ignoramos lo que podía ser, exactamente, la creencia del centurión; pese a que no sabía sobre Jesús lo que nos ha sido dado a conocer; sin embargo, él se abre a Jesús; presiente en Él un Salvador y un Señor. Su fe está compuesta de confianza y de obediencia (no de sentimentalismo). Ella es un ímpetu de todo el ser. Él no duda que Jesús podrá y querrá sanar al servidor enfermo. Cuelga su vida, en cierta forma, de la palabra de Jesús: “Solamente di la palabra…”. ¡Qué espera humilde y ferviente! Sabemos ahora lo que Jesús llama “incredulidad”; y sabemos lo que Él llama la fe, “…una fe tan grande”.
Jesús ve lo que está en nosotros. ¿Acaso encontrará en nosotros la fe del centurión, o la incredulidad de Nazaret? ¿De qué se maravillará Jesús: de nuestra fe, o de nuestra incredulidad?
“Señor, creo, ayuda mi incredulidad” (Mc 9:24). ¿Acaso esta antítesis, este grito paradójico que el padre de un niño poseído echó a Jesús, no es la frase que conviene a mi propia situación?
Creer en Jesucristo: pero ¿por qué? Es tarea de cada uno de nosotros darse cuenta de sus razones de creer; pues los caminos que llevan a Cristo son tan diversos como los hombres.
Señor, en cuanto a lo que a mí concierne, y en nombre de los que creen en Ti, por Ti mismo, creo en Ti, porque, con la ayuda de Tu gracia, ninguna imagen puede reemplazar o borrar en mí Tu imagen; y porque ninguna palabra puede, tanto como la Tuya, penetrar hasta lo más profundo de mi corazón. Creo en Ti, porque Tú me has dado a conocer la belleza de Tu rostro. Creo en Ti, porque -para reiterar la frase del oficial enviado para detenerte- “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre habla!” (Jn 7:46). Y creo en Ti, porque para mí, todo es vano, sin Ti.

Padre Lev Gillet


Tropario de la Resurrección (Tono 7): Destruiste la muerte con tu Cruz y abriste al ladrón el Paraíso; a las Miróforas los lamentos trocaste, y a tus Apóstoles ordenaste predicar que resucitaste, oh Cristo Dios, otorgando al mundo la gran misericordia.

Tropario de la Santa Cruz (Tono 1): Salva, oh Señor, a Tu pueblo y ben¬dice Tu here¬dad, concede a los fieles la vic¬to¬ria sobre el enemigo y a los tuyos guarda por el poder de Tu Cruz.

Kontakion (Tono 8): Yo soy Tu siervo ¡oh Madre de Dios! Te canto un himno de triunfo; ¡Combatiente Defensora! Te doy Gracias, ¡Liberadora de los pesares! Y como posees un poder invencible, líbrame de todas las desventuras, para que pueda exclamar: ¡Salve! ¡Oh Novia sin novio!”

Carta a los Hebreos (4:14-5:6): Hermanos, ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado. Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno. Todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y puesto para intervenir en favor de los hombres en todo aquello que se refiere al servicio de Dios, a fin de ofrecer dones y sacrificios por los pecados. El puede mostrarse indulgente con los que pecan por ignorancia y con los descarriados, porque él mismo está sujeto a la debilidad humana. Por eso debe ofrecer sacrificios, no solamente por los pecados del pueblo, sino también por los propios pecados. Y nadie se arroga esta dignidad, si no es llamado por Dios como lo fue Aarón. Por eso, Cristo no se atribuyó a sí mismo la gloria de ser Sumo Sacerdote, sino que la recibió de aquel que le dijo: “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy”.Como también dice en otro lugar: “Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec”.

Santo Evangelio según San Marcos (8:34-9:1): En aquel tiempo Jesús llamó a la gente, a la vez que a sus discípulos, y les dijo: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por Mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿qué aprovecha al hombre si gana el mundo entero y pierde su vida? O, ¿qué recompensa dará el hom¬bre por su vida? Porque quien se avergüence de Mí y de Mis Palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de Su Padre con los santos Ángeles,” Les decía tam¬bién: “En verdad les digo, que entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios”.


¿A quién conmemoramos hoy?
A los Santos Mártires Trófimo y Eucarpio de Nicomedia

Los santos mártires Trófimo y Eucarpio fueron soldados en Nicomedia durante la persecución contra los cristianos bajo el emperador Diocleciano (284-305). Ellos se distinguieron por su gran ferocidad en la realización de todos los decretos del emperador.
Una vez, cuando estos soldados habían alcanzado a algunos cristianos, de pronto vieron una gran nube de fuego que había bajado del cielo, y que se acercaba a ellos. De la nube salió una voz que decía: “¿Por qué son tan celosos en amenazar a mis siervos? No seáis engañados. Nadie puede suprimir a aquellos que creen en mí por la fuerza, es mejor unirse a ellos y descubrir el Reino Celestial”.
Los soldados cayeron al suelo del susto, sin atreverse a levantar los ojos, y sólo se decían unos a otros: “Verdaderamente este es el gran Dios, que se ha manifestado a nosotros. Haremos bien en ser sus siervos”. Entonces el Señor habló diciendo: “Levántense, arrepiéntanse, sus pecados son perdonados”. Cuando se levantaron, vieron dentro de la nube la imagen de un hombre radiante y una gran multitud, alrededor de él. Los soldados atónitos gritaron con una sola voz: “Recíbenos, pues nuestros pecados son indeciblemente malos. No hay otro Dios sino Tú, el Creador y Dios verdadero, y nosotros aún no hemos sido contados entre tus siervos”. Pero apenas dijeron esto, la nube retrocedió y se levantó hacia el cielo.
Espiritualmente renacidos después de este milagro, los soldados liberaron a todos los cristianos encarcelados. Por esta razón Trófimo y Eucarpio fueron entregados a terribles tormentos. Ellos dieron gracias a Dios, seguros de que el Señor les había perdonado sus pecados anteriores. Finalmente, los santos mártires fueron arrojados al fuego y entregaron sus almas a Dios.


El Domingo de la Adoración a la Santísima Cruz

En este día, el tercer domingo de la Cuaresma, celebramos la “adoración ante la preciosa y vivificadora Cruz”. Permaneciendo en la constancia del ayuno, tal vez, nos sentimos cansados. La Cruz fue plantada por los santos Padres en medio de la Cuaresma para que nos conceda descanso y consuelo. Unos caminantes atraviesan un camino escabroso, al cansarse se sientan abajo de un frondoso árbol, para descansar y, fortaleciéndose, completan lo que les falta. Hay dos formas o modos del ayuno: el “ayuno total”: una abstinencia total de comer y de beber por un tiempo determinado. Desde el inicio del cristianismo, este ayuno ha sido practicado como un estado de preparación o de espera; un estado espiritual que enfoca toda la atención en “el que viene”. Por lo que encontramos este ayuno total en la tradición litúrgica de la Iglesia, en la preparación final de una fiesta grande o antes de un acontecimiento espiritual importante y, sobre todo, es aplicado en el ayuno eucarístico, que precede la comunión. A este ayuno la primera Iglesia le llamó Vigilia, un término militar que implica estar en alerta: la Iglesia permanece en vigilia en espera de su Novio; lo espera con alegría y serenidad. El otro es llamado “ayuno ascético”: y consiste en la abstinencia de ciertos alimentos y en disminuir, en general, el consumo alimenticio. Aquí, el objetivo es librar al hombre de la esclavitud de la carne. Él, sólo con la lucha constante y paciente, descubre que “no sólo de pan vive el hombre” y recupera la primacía del Espíritu. Este ayuno implica una lucha larga y constante, y el factor tiempo es esencial, porque desarraigar la enfermedad general del hombre y curarlo requiere de tiempo y esfuerzo. El arte del ayuno ascético ha sido purificado y madurado dentro de la tradición monástica y luego fue aceptado por la Iglesia entera. La Iglesia ha consignado para el ayuno ascético cuatro temporadas: Antes de Pascua, Antes de Navidad, antes de la fiesta de los santos Apóstoles, y antes de la Dormición de la Madre de Dios. Durante este ayuno, vivimos constantemente cierta hambre que conserva la memoria de Dios en nosotros y clava nuestro pensamiento en Él. Quien lo ha practicado, conoce que éste no nos debilita, más bien, nos vuelve alertas, complacientes, resplandecientes, puros y alegres. En él, el hombre recibe la comida como verdadera dádiva de Dios, y enfoca su pensamiento en el mundo interior que inexplicablemente se le vuelve, a su vez, un modo de alimentarse.


La Divina Liturgia (X)
Explicando la Liturgia semana a semana

El amor y la fe

Antes que la Divina Liturgia continúe, hay dos condiciones que deben cumplirse para los fieles: las expresiones solemnes de amor y de fe que son esenciales para la vida cristiana, y sin las cuales no puede haber ni una ofrenda de sí mismo ni comunión con Dios. Por lo tanto, en este momento el sacerdote exclama: “Amémonos los unos a los otros para que en unanimidad confesemos…”. Y los fieles continúan esta frase diciendo: “Al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, Trinidad Consubstancial e Indivisible”.
El amor es el fundamento de la vida. Esta es la verdad fundamental cristiana. Sin amor no hay vida, no hay verdad y no hay comunión con Dios, porque Dios es amor (Jn 4:8,16). Así Jesucristo nos ha enseñado que toda la ley del Antiguo Testamento y los profetas dependen de los dos grandes mandamientos del amor a Dios y a los hombres, y él ha dado su propio “nuevo mandamiento” que sus discípulos deben amar “como yo los he amado” (Jn 13:34). Así, en la Divina Liturgia los cristianos están continuamente llamados a amar. La expresión externa de este amor en la liturgia de hoy es el beso de paz intercambiado por el clero durante la celebración, y que en el pasado era un intercambio también entre los fieles. Sin este amor, la liturgia no puede continuar.
Después de la llamada al amor, el Símbolo de la Fe, o también llamado “Credo”, es recitado por toda la comunidad de los fieles. La introducción tradicional a la recitación del Credo en la liturgia es la exclamación: “¡Las puertas! ¡Las puertas! Atendamos con sabiduría”. Las puertas a las que se hace referencia aquí son las puertas del edificio de la iglesia, ya que esta es una llamada para asegurarse que todos los catecúmenos se han ido y que los comulgantes no se han ido, y que ahora nadie puede entrar o salir de la asamblea litúrgica. La razón histórica de esa exclamación en la Divina Liturgia no sólo tiene que ver con el orden propio de la iglesia, sino también con la idea de que el Credo podía ser pronunciado sólo por aquellos que ya habían sido recibidos oficialmente en el bautismo, y continuaban confesando esta fe en la vida de la Iglesia.
La recitación del Símbolo de la fe en la Divina Liturgia se erige como el reconocimiento oficial y la aceptación formal por parte de cada miembro de la Iglesia de su bautismo, de su propia crismación y la pertenencia al Cuerpo de Cristo. La recitación del Credo es el único lugar en la Divina Liturgia (con la excepción de la oración muy similar que hacemos antes de la comunión) donde se utiliza el verbo en primera persona: “Creo”. Mientras que a lo largo de la liturgia de la comunidad rezamos en plural, sólo aquí cada persona confiesa por sí mismo su propia fe personal: yo creo. Nadie puede creer por otro. Cada uno debe creer por sí mismo. Una persona que cree en Dios, en Cristo, en el Espíritu Santo, en la Iglesia, en el bautismo y en la vida eterna, en definitiva, una persona que afirma y acepta su condición de miembro por el bautismo en la Iglesia, es competente para participar en la Divina Liturgia. Una persona que no puede hacer esto, no puede participar. Sin esta fe, la liturgia no puede seguir adelante.
Es costumbre en la Iglesia que los clérigos agiten un paño sobre los dones eucarísticos durante la recitación del Credo. Este acto de veneración era propio de hacerlo ante un emperador terrenal en el período bizantino, durante el cual este acto fue incorporado a la liturgia de la Iglesia, y se utiliza como un acto de veneración hacia la “presencia” del Rey Celestial, en medio de su pueblo, es decir, hacia el libro de los Evangelios y los dones eucarísticos. (En algunas iglesias, durante la liturgia, se llevan pantallas especiales en todas las procesiones y en las exposiciones del libro de los Evangelios y los dones eucarísticos.)

Continúa la semana próxima


Nuevo curso de SOFIA
Los Santos Padres de la Iglesia
Desde los orígenes hasta el Concilio de Nicea

A partir del pasado jueves 15 de marzo comenzó un nuevo curso en SOFIA. En este caso se buscará profundizar en la lectura de la vida y la obra de los Santos Padres que lucharon por la Iglesia desde la muerte del último Apóstol hasta la convocatoria al primer Concilio Ecuménico en la ciudad de Nicea. Los invitamos a que juntos podamos leer la obra que nos han heredado, que podamos analizar los tiempos que les tocaron vivir (tiempos de persecuciones y de mártires), los distintos problemas a los que tuvieron que enfrentarse, el primer surgimiento de herejías en el seno de la comunidad cristiana y muchos otros temas más. Para inscribirte envíanos un email a arzobispado@acoantioquena.com. Las inscripciones están abiertas hasta el jueves 22 de marzo.




Boletín dominical correspondiente al domingo 25 de marzo de 2012
Fiesta de la Anunciación a la Madre de Dios


Jesús
Simples Miradas hacia el Salvador (11)

La luz de Jesús

La atmósfera de Jesús es enteramente luminosa. “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8:12). No hay en Él, ninguna huella de nubes y de tormentas, que tienen el peso y la intensidad de una tempestad, o de tinieblas desgarradas con relámpagos. No hay siquiera penumbra. Todo, en Jesús, tiene una claridad cristalina; pero ella no excluye, a menudo, una agudeza dolorosa. Alrededor de Jesús, no hay tragedia, porque ningún problema queda sin solución. Y la dificultad del discípulo no está en el hecho de no conocer lo que hay que hacer, sino de tener la fuerza de hacerlo. Lo que llamamos la tragedia de la existencia humana desaparece ante la pura luz de Cristo. Aquel que ve la luz, puede caminar en la luz.
Durante la transfiguración, las vestiduras de Jesús “se volvieron resplandecientes, muy blancas, tal como ningún lavandero sobre la tierra las puede hacer tan blancas” (Mc 9:3). No es posible separar la visión de Jesús - ni la imagen que formamos de Él en nosotros mismos - de esta impresión de luz, de blancura, de pureza deslumbrante. Jesús es el mar de inmensidad tremenda; el mar de un azul profundo al atardecer; el mar que el sol de mediodía cubre de una blancura cegadora. Y como se funden, en el horizonte la línea del mar con la línea del cielo, de igual modo, Señor, Te veo, hasta donde mi mirada puede seguirte, perderte en la gloria del Padre.
¿Qué es lo que pasa en la Transfiguración? El Maestro, que vivía con los discípulos y al aspecto del cual estaban acostumbrados, se les aparece de repente transformado, encubierto de luz, resplandeciendo. Y a nosotros también nos está dado, a veces, experimentar una cierta impresión de Jesús, totalmente nueva, y muy conmovedora. No se trata de esta visión corporal del Salvador que era el privilegio de algunos (quizás de muchos también) a lo largo de los siglos, sino que ocurre, a veces, que la presencia de Jesús se impone a nosotros, arremete contra nosotros y nos agarra. Sentimos Su luz sin verla; o más bien, la presentimos; tal el sol de la mañana que se filtra a través de los párpados cerrados del durmiente. Pues, el Maestro, cuyo aspecto cotidiano es tan manso y humilde, nos hace estremecer al contacto de Su poder. Estos son minutos de transfiguración.
Los hebreos no conocían otra luz divina que aquella de la columna de fuego que guiaba a Israel en el desierto (Cf. Ex 13:21-22). Es una luz limitada, temporaria, que concierne a un pueblo y a una época determinados. Por otro lado, Jesús se proclama la luz “del mundo” (Jn 9:5), luz eterna y universal, que es “la Luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1:9). Bendito eres Tú, oh Señor, porque Tu luz opera en todas las almas y la hallamos - aunque sea tan refractada - en todas las razas, todas las creencias.

Padre Lev Gillet


Tropario de la Resurrección (Tono 8): Descendiste de las alturas, Compasivo, y aceptaste la sepultura por tres días, para liberarnos de las pasiones; ¡Oh Vida y Resurrección nuestra, gloria a Ti!

Tropario de la Anunciación (Tono 4): Hoy es la corona de nuestra sal¬vación y la manifestación del miste¬rio que está desde la eternidad. Pues, el Hijo de Dios se deviene en Hijo de la Virgen, y Gabriel anuncia la buena noticia de la Gracia. Por lo tanto, nosotros tam¬bién, vengan junto a él exclamemos a la Madre de Dios: “¡Alégrate, Oh Llena de gracia, el Señor está contigo!”

Kontakion (Tono 8): Yo soy Tu siervo ¡oh Madre de Dios! Te canto un himno de triunfo; ¡Combatiente Defensora! Te doy Gracias, ¡Liberadora de los pesares! Y como posees un poder invencible, líbrame de todas las desventuras, para que pueda exclamar: ¡Salve! ¡Oh Novia sin novio!”


Carta a los Hebreos (2:11-18): ¡Hermanos!, el que santifica y los que son santificados, todos tienen el mismo origen. Por eso Él no se aver¬güenza de llamarlos hermanos, cuando dice: “Yo Anunciaré Tu Nombre a mis hermanos, Te alabaré en medio de la asam¬blea”. Y también: “En Él pon¬dré mi confianza”. Y además: “Aquí estamos yo y los hijos que Dios me ha dado”. Y ya que los hijos tienen una misma sangre y una misma carne, Él también debía participar de esa condición, para reducir a la impoten¬cia, mediante Su muerte, a aquel que tenía el dominio sobre la muerte, es decir, al demonio, y liberar de este modo a todos los que vivían completamente esclavizados por el temor de la muerte. Porque Él no vino para socorrer a los Án¬geles, sino a los descendientes de Abraham. En consecuencia, debió hacerse semejante en todo a Sus hermanos, para llegar a ser un Sumo Sacerdote Misericordioso y Fiel en el servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo. Y Por haber experimentado personalmente la prueba del su¬frimiento, Él puede ayudar a aquellos que están sometidos a la prueba.


Santo Evangelio según San Lucas (1:24-38): En aquel tiempo, concibió Isabel, mujer de Zacarías; y se mantuvo oculta durante cinco meses diciendo: “Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre los hombres”. Al sexto mes, fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: “Alégrate, oh Llena de gracia, el Señor está contigo”. Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El Ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”. María respondió al Ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” El Ángel le respondió: “El Espíritu vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que ha de nacer de ti será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquélla que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios”. Dijo María: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Y el Ángel dejándola se fue.


¿Qué conmemoramos hoy?
La anunciación a la Madre de Dios

La fiesta de la Anunciación es una de las primeras fiestas cristianas, que era celebrada ya en el siglo IV. Hay inclusive una pintura de la Anunciación, en las catacumbas de Priscila en la ciudad de Roma, que data del siglo II. El Concilio de Toledo en el año 656 la menciona, y el Concilio de Trullo en 692 dice que la Anunciación se celebraba durante la Gran Cuaresma. El nombre griego, eslavo y árabe de la fiesta puede ser traducido como “las buenas noticias”. Esto, por supuesto, se refiere a la Encarnación del Hijo de Dios y a la salvación que Él trae. El relato de la Anunciación se encuentra en el Evangelio de San Lucas (1:26-38) que leemos en la Liturgia de hoy. El tropario describe a la fiesta como el “comienzo de nuestra salvación y la revelación del misterio eterno”, porque en este día el Hijo de Dios se hace el Hijo del Hombre.
Hay dos componentes principales en la Anunciación: el mensaje en sí mismo, y la respuesta de la Virgen. El mensaje de la fiesta es el cumplimiento de la promesa de Dios de enviar un Redentor (Gen 3:15): “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te aplastará la cabeza, y tu le morderás el talón”. Los Padres de la Iglesia entienden “tu linaje” como refiriéndose a Cristo. Los profetas dan a entender la venida del Redentor, pero el Arcángel Gabriel proclama ahora que la promesa está a punto de cumplirse. Este texto bíblico, de hecho, se hace eco en la Liturgia de San Basilio: “Pues, al modelar al hombre tomando polvo de la tierra, y al honrarlo con Tu imagen, lo pusiste, oh Dios, en el Paraíso de dicha, prometiéndole una vida inmortal y el gozo de los bienes eternos si observaba Tus mandamientos. Pero cuando, seducido por la serpiente, Te desobedeció a Ti, el Dios verdadero que lo habías creado, y fue sometido a la muerte por sus propias transgresiones, lo expulsaste, oh Dios, en Tu justa sentencia, del Paraíso a este mundo, y lo devolviste a la tierra de la que fue tomado, preparándole ya la salvación por la regeneración en la persona misma de Tu Cristo”. A diferencia de Eva, que fue engañada fácilmente por la serpiente, la Virgen no acepta inmediatamente el mensaje del ángel. En su humildad, no creía ser merecedora de estas palabras. El hecho de que ella le pidiera una explicación pone de manifiesto su sobriedad y prudencia. Ella cree en las palabras del ángel, pero no puede entender la forma en que se puede cumplir esto, porque el Ángel habla de algo que está más allá de la naturaleza.
El icono de la fiesta muestra al Arcángel con un bastón en su mano izquierda, lo que indica su papel de mensajero. A veces, sus alas están hacia arriba, como para mostrar su rápido descenso desde el cielo. Su mano derecha se estira hacia la Santísima Virgen en señal de entrega del mensaje.
La Virgen se representa de pie o sentada, por lo general con un ovillo de hilo o sosteniendo un pergamino en la mano izquierda. Su mano derecha se levanta para indicar su sorpresa ante el mensaje que está escuchando. Su cabeza está inclinada, mostrando su consentimiento y obediencia. El descenso del Espíritu Santo en ella es representado por un rayo de luz que sale de una pequeña esfera en la parte superior del icono, que simboliza el cielo. En un famoso icono del Sinaí, una paloma blanca se muestra en el rayo de luz.
La Anunciación cae siempre durante la Cuaresma, pero siempre se celebra con gran alegría. La Liturgia de San Juan Crisóstomo se celebra en este día, incluso si cae en los días de semana de la Cuaresma. Este es uno de los dos días de la Gran Cuaresma en el que se relaja el ayuno y el pescado está permitido (Domingo de Ramos es el otro día).


La Divina Liturgia (XI)
Explicando la Liturgia semana a semana

El Canon Eucarístico: La Anáfora

Ahora comienza la parte de la Divina Liturgia llamada “el canon eucarístico” o también conocida como “la anáfora”, palabra griega que significa “la elevación”. En este momento los dones del pan y del vino que se han ofrecido en el altar se elevan hacia el altar de Dios el Padre, y reciben la santificación divina por el Espíritu Santo, que viene a cambiarlos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. La forma general del canon eucarístico es propia del ritual de la pascua del Antiguo Testamento, que ahora se cumple y se perfecciona en la nueva y eterna alianza de Dios con los hombres en la persona y obra de Jesucristo, el Mesías, “nuestro Cordero Pascual, que ha sido sacrificado” (I Cor 4:7, ver también Heb 10:5).
La anáfora eucarística comienza así: “¡Estemos de pie respetuosamente! ¡Estemos con temor! Atendamos para ofrecer en paz la santa Oblación”, y el pueblo responde “¡La misericordia de la paz, el sacrificio de alabanza!”
La oblación es Jesucristo, el Hijo de Dios que se ha convertido en el Hijo del Hombre con el fin de ofrecerse a sí mismo al Padre por la vida del mundo. La propia persona de Jesús es la ofrenda de paz perfecta, que trae la misericordia divina y la reconciliación. Este es sin duda el significado de la expresión “la misericordia de la paz”, que ha sido siempre fuente de confusión en los últimos años en todas las lenguas litúrgicas. Además de ser la ofrenda de paz perfecta, Jesús es también el único sacrificio de alabanza adecuado que los hombres pueden ofrecer a Dios. No hay nada en el hombre comparable con la gracia de Dios. No hay nada con que los hombres dignamente den gracias y alaben al Creador. Esto sería así incluso si los hombres no fueran pecadores. Así, Dios mismo da a los hombres su propio sacrificio más perfecto de alabanza. El Hijo de Dios es verdaderamente humano, para que los seres humanos puedan tener un ser de su propia naturaleza lo suficientemente adecuado a la santidad y a la gracia de Dios. De nuevo, es Cristo el sacrificio de alabanza. Por lo tanto, en Cristo, todo se ha cumplido y realizado. En él todo el sistema de sacrificios del Antiguo Testamento, que en sí es la imagen del esfuerzo universal de los hombres por ser dignos de Dios, se cumple. Todas las ofrendas posibles son incorporadas y se perfeccionan en la ofrenda de Cristo en la Cruz. Él es la ofrenda por la paz, la reconciliación y el perdón. Él es el sacrificio de súplica, de acción de gracias y de alabanza. En él todos los pecados de los hombres y las impurezas son perdonados. En él todas las aspiraciones de los hombres pueden cumplirse. En él, y solo en él, están todos los caminos de los hombres hacia Dios, y los caminos de Dios hacia los hombres, puestos en una sola comunión. Sólo en él los hombres tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo (Ef 2:18; ver también Jn 14, II Cor 5, Col 1).
El celebrante se dirige ahora a la congregación con la bendición trinitaria del apóstol Pablo que podemos encontrar en II Corintios 13:14. Este es el saludo cristiano más elaborado del Nuevo Testamento: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. Y el pueblo responde: “Y con tu espíritu”.
La gracia de Cristo es lo primero. En esta gracia está contenida la plenitud del amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo. El celebrante ofrece toda esta abundante “emanación” de la vida interior de la Santísima Trinidad para el Pueblo de Dios. Y que a su vez responde con la oración para que esta “plenitud de Dios” sea con su espíritu.
El diálogo eucarístico continúa: “En alto tengamos los corazones” y “Demos gracias al Señor”. “Digno y justo es adorar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, Trinidad Consubstancial e indivisible”.
Como los hombres en Cristo elevan los dones eucarísticos, elevan también sus corazones. En la Biblia el corazón del hombre es sinónimo de todo su ser y vida. Así, en la anáfora, como el apóstol Pablo lo dijo, el hombre completo es llevado a ese reino donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.

“Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las cosas que están en la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col 3:1-3)

La manera de elevarnos a Dios es a través de la acción de gracias. La palabra eucaristía en griego significa acción de gracias. La Divina Liturgia eucarística por excelencia es la acción de elevar el corazón y dar gracias a Dios por todo lo que ha hecho por el hombre y el mundo en Cristo y el Espíritu Santo: la creación, la salvación y la glorificación eterna.
El pecado del hombre, el origen de todos sus problemas, la corrupción y por último la muerte, es su incapacidad de dar gracias a Dios. La restauración de la comunión con Dios y con toda la creación en él, es a través de la acción de gracias en Cristo. Jesús es el único hombre verdaderamente agradecido, humilde y obediente a Dios. En él, como el único Hijo amado de Dios y el único perfecto Adán, todos los hombres pueden elevar sus corazones y dar gracias al Señor: “Porque hay un... solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, que se entregó en rescate por todos...” (I Tim 2:5).
Cabe señalar aquí que la afirmación: “Digno y justo es” se expande en forma más proporcionada solamente en la tradición eslava de la Iglesia. En otras iglesias queda solo la forma simple y más antigua.

Continúa la semana próxima

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